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Entrevistamos a la escritora Leticia Martin

Leticia Martin (@leticiamartinelem) es narradora, poeta y crítica cultural. Obtuvo la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación (UBA) y el Posgrado Internacional en Gestión Cultural y Políticas de Comunicación (FLACSO). Publicó el libro de ensayos Feminismos (2017), y las novelas El gusto (2012), Estrógenos (2016), con edición española (2019), Topadoras oxidadas (2019) y Un ruido nuevo (2020), con ediciones en Uruguay (2021) y en España (2022). También es autora de una serie extensa de libros de poesía y del volumen de cuentos titulado «Todo lo que no es boca en mi cuerpo grita» (UOIEA, 2024) Con Vladimir (2023) ha ganado el I Premio Lumen de novela.

 

¿Cuándo tomaste la decisión de dedicarte a escribir?

 

Empecé desde muy chica a escribir poesía. Cobservonuna de mis 10 años. Pero nunca pensé que eso podía ser algo más que un hobby. En la Universidad estudié Ciencias de la Comunicación (UBA) y también Redacción Publicitaria (AAAP) Por entonces entendía que para escribir y sostenerme iba a necesitar un trabajo de oficina, 8 horas, esas cosas. Que tenía que dedicarme a una tarea donde la escritura fuera fundamental, porque me apasionaba, pero no una disciplina artística. Sentía que la escritura como arte, le estaba reservada a para otra clase de personas. Y me costó mucho poner ese deseo en primer lugar y confiar en que podía ser mi vidamás allá de un trabajo. Para eso, necesité publicar antes varios libros, tuve que conocer a ciertos autores y hacer taller con ellos, empezando por Juan Diego Incardona, que era de Villa Celina y que escribía sobre su barrio haciéndome pensar que yo también podía construir como un objeto literario ese conurbano en el que había crecido. Entonces, empecé a escribir, desarrollé la  búsqueda de una escritura propia y personal.

 

A la hora de escribir ¿pensás en el impacto? ¿Algo te condiciona o escribís lo que te va surgiendo de la inspiración?

 

Trabajo bastante con la idea antes de escribir. Me gusta esa etapa, tal vez como sesgo de haber trabajado muchos años en la conceptualización de las ideas publicitarias. Pienso mucho el conflicto, en los personajes, en qué mueve a la acción y, por supuesto, en la trama. A veces, incluso, más que en la prosa. Los giros de la trama me desvelan. Tal vez sí pienso en el impacto en relación a los discursos sociales. ¿Qué de mis textos dialoga con lo que está pasando allá afuera? Soy muy consciente de que uno publica en un momento y lugar determinado y de que esos diálogos que se establecen entre los textos, como dice Eliseo Verón en La semiosis social, circulan y hacen sentido en la relación con esos otros textos con los que dialogan. Uno puede recortarlos de esa circulación y analizarlos al interior del texto (como una pieza de lingüística) Pero si uno elige analizarlo en su función social, es decir, en la semiosis social infinita, ahí es que repara en cómo se produce el sentido en relación a otros discursos. La teoría de la comunicación me hace pensar lo literario como una forma de comunicación más profunda, un poco menos efímera que algunas comunicaciones que vemos hoy, pero igual de potente y también posible de ser pensada de esa forma.

 

¿Podrías mencionar a escritoras o escritores que influyeron en tu escritura?

 

Entre los autores que considero influencia están Ángel Rama, Elvio Gandolfo, Rodolfo Enrique Fogwil… También, más acá, podría nombrar a Mario Levrero. Y por qué no a todos los que fueron docentes de taller: Támara Kamenzain, Juan Terranova, Juan Diego Incardona, Pedro Mairal, Guillermo Sacomano y uno más viejo, Abelardo Castillo. También hay algunas mujeres en mi lista de influencias. Mujeres de las que intento separarme buscando una escritura más asertiva, directa y en algún sentido, si querés, más masculinam Tal vez esto sea así por mi deseo de ser escuchada. He leído muchas autoras que me influenciaron mucho, por nombrar algumas: Marguerite Duras, Clarice Lispector, Anaïs Nin; y muchas argentinas: Silvina Ocampo, Alfonsín Storni, Victoria Ocampo, Rosario Bléfari, y muchas más cercanas también, pero sobre todo, esas.

 

¿Podrías contarnos qué inspiró a cada uno de tus libros?

 

Es difícil recordar exactamente todos los motivos que inspiraron mis libros. Sí podría decir que todos son fruto del trabajo, la concentración y el enfoque que mueve mi tarea diaria. Me considero alguien con mucho oficio y mucha dedicación antes que alguien muy inspirado, muy iluminado. Voy tratando de pensar, sobre todo, las resonancias, los temas que me desvelan; parto de aquello que sí o sí me importa, cuestiones que he atravesado, que esté resolviendo, que no entienda, que me den enojo, que me den bronca, que no pueda resolver. Voy haciendo con eso la trama de mis textos y el trabajar así me ayuda a tomar distancia. En definitiva: uno objetiva esa materia crítica y la va convirtiendo en algo distinto de su pensamiento. Algo que escribe, saca, corrige, cierra y pone en circulación. Y en ese acto de separación de eso que antes fue pensamiento y luego se transformó en escritura, hay un llamado que me convoca al trabajo de escribir, que creo que es lo más importante. Construir una disciplina, una rutina, sentarse y hacerlo.

 

De todo lo que escribiste, ¿tenés algún trabajo preferido?

 

De Leo Oyola aprendí -y nunca se me escapó, nunca se borró de mi cabeza- la idea de que no hay textos preferidos, de que todo lo que escribimos es producto de nuestro trabajo, nuestro esfuerzo y nuestra creación. Van siendo fotos de los distintos momentos de nuestro desarrollo, de nuestro despliegue como escritores. Y todos tienen un valor en sí mismos. Entonces, elijo no hablar de textos preferidos, si bien internamente algunos tengo, quizás por el recuerdo de lo que implicó la salida de ese libro, o de cierto logro interno de haber podido hacer algo que me parecía imposible. Incluso, el haber escrito textos que creía que no iban a funcionar y después descubro que sí tienen llegada, que sí tienen lecturas. Así es que voy guardando recuerdos distintos, con más/menos cariño, con distintos afectos hacia las novelas, que son textos más largos, pero elijo no preferir ningún texto o no destacar uno sobre otro por ese motivo; Porque todos resultan importantes en la foto del minuto a minuto de mi carrera o de mi oficio.

 

¿Hay algún libro que te haya cambiado la vida?

 

Yo no sé si hay UN libro que me cambió la vida, sí podría mencionar toda la obra de un autor, como es Mario Levrero. No sé si es que me cambió tanto; sí podría decir que, descubrir su obra, generó una voracidad por leerla completa, un compromiso con lo que leía que redundó en escritura y en el intento de encolumnarme detrás de esa corriente de escritores raros. También la convicción de que, si bien se trata de una ficción, tiene mucho de la vida personal del autor, del trabajo que él hace con su obra. Creo que en ese encuentro con la obra entera en su devenir, encontré algo que le puso cause a mi palabra. No sé si me cambió la vida. Eso lo hicieron mis hijos, el haber encontrado a Nazareno, mi compañero, o el haber creado una editorial, que es un rumbo muy determinado para mi quehacer. Los libros son muy importantes y también son directrices que nos conducen.

 

¿Qué libro te hubiese gustado escribir?

 

Me hubiera gustado escribir el libro que estoy tratando de sacar adelante ahora, tenerlo ya terminado, algo que durante todo este año no pudo ser por distintas situaciones. Un libro en el que estoy trabajando mentalmente, en el que estoy desarrollando conflictos, circunstancias, recabando información para poder escribir después. Me hubiese gustado ser una escritora más prolífica, pero soy la escritora que soy y no quiero ser otra cosa que esto que soy. Trabajo en querer mis dificultades, mis errores y mis aciertos. La conjunción de todos ellos y de lo que puedo mejorar, en todo caso, es algo propio, único. Y con valorar eso que tengo y que me falta, me siento bien.

 

¿Qué recomendación le harías a alguien que está empezando a escribir ficción?

 

A quien quiera escribir ficción le diría que se enamore, que viaje, que escriba, y que sepa que escribir, viajar y enamorarse no son tareas sencillas, no dan satisfacciones inmediatas, pero igual valen la pena de ser vividos y después escritos.

 

¿Tenés alguna rutina a la hora de escribir?

 

Tengo una rutina desprolija, pero que me termina resultando: hacerme siempre un hueco en la agenda para escribir, como si fuera ir al médico, agendar el tiempo de escritura, enfocar momentos de paz, alejarme de todo aquello que altera mi búsqueda, renunciar a cosas, renunciar a trabajos, renunciar a logros económicos, a lugares de reconocimiento, de prestigio, de poder. Todo eso y enfocar constantemente la tarea del día a día que implica ser un escritor.

 

¿Cómo sabés cuándo un texto está terminado?

 

No, siempre estoy trabajando en la corrección y la reescritura de los textos. Incluso después de publicados, dejo marcas por si hubiera reediciones o reimpresiones de algún libro mío. Pero en lo concreto, en algún momento encuentro una frase que me resuena, o algo en la lectura de otro de mis textos, y siento que es el verdadero final. Muchas veces tengo el texto ahí frenado durante meses y creo que está terminado, hasta que después de varios retrabajos sigo sin encontrar la frase y lo corto antes o después, o incluso agrego algo más. Suelo escribir varias veces los finales. Me demoro mucho en esa etapa. Suelo descreer mucho de lo que tengo a partir del tramo final de la escritura. Siempre me parece poco. Siempre pienso que no tiene que tener un chimpún final, ni moraleja, ni bajada de línea. Siempre pienso mucho en los lectores cuando llego a los finales y en general termino quitando más que agregando. Son difíciles los finales porque es el momento en el que el texto parte de uno, es el parto del texto. Ahí es donde uno se deshace de eso que estaba buscando ser cortado, ser separado del pensamiento, de las preocupaciones de uno para cobrar vida propia. Y entonces, es un momento bastante difícil porque uno en verdad no quiere dejarlo, está debatiendo consigo mismo en esa instancia de separación del texto.

 

¿Cómo influye tu vida cotidiana en tu escritura?

 

Siempre me peleo con la idea de que la vida cotidiana interfiere en mi escritura. De un tiempo a esta parte voy tratando de enamorarme o de reencontrarme con esta vida ordinaria, con estas rutinas que cada vez son más cercanas a lo que quiero. Me gusta mucho lo ordinario, la rutina de desayunar, encontrarme con mi familia, ver a mis hijos, salir al parque, a la calle, andar en bici, y hacer una vida bastante cercana a lo que me hace feliz con poco. Y, entre esas cosas, está la escritura que realmente es una actividad que uno puede hacer con poco, sin grandes infraestructuras o gastos en máquinas o movilizaciones: alcanza con una compu y vos, un papel, una birome, un bar, un cierto clima y vos y todas esas imágenes que están circulando dentro tuyo. Creo que eso fluye bien con la vida cotidiana que voy armando, con la convicción de que es este el lugar en el que quiero estar. Me va funcionando y me va retribuyendo.

 

¿Qué estás leyendo ahora?

 

Siempre estoy leyendo más de una cosa a la vez, no sé por qué, por distintos motivos, porque me voy desenganchando y entonces busco otra cosa, y algunas cosas que leo, las leo un poco para investigar. Pero en este momento tengo La infancia de Quien de José Luis Jureza, de Nocturna Editora, que me llegó de regalo de la editorial, y realmente es un libro exquisito, no puedo creer lo bien que está, cuánto me atrae, cuánto me lleva a pensar también en Levrero y a ubicar ese texto en esa tradición. Si bien es de un psicoanalista y tiene un trabajo con la palabra que remite a otros textos de psicoanálisis, es una buena ficción. Y también tengo a mi mano Matalo de Nicolás Cerruti, que es una novela que acabo de comprar en la Feria del libro y ya está entre las cosas que voy a leer ahora. Y Piquito en los vientos de Gustavo Ferreyra, a quien tengo pensado entrevistar.

 

¿Creés que la literatura tiene un rol político o transformador?

 

Sí, todo acto es político, podemos pensarlo así, pero me gusta pensar la literatura como algo que, en general, puede ser político para uno pero no es un panfleto, no es eso lo que deberíamos esperar de la literatura, es un acto más que personal, un trabajo de poner en circulación ciertas ideas para que otros reflexionen y, en todo caso, encuentren el sentido político de esa escritura. Me parece que, en el punto en que se vuelve panfletaria o partidaria, la literatura pierde realmente su sentido. Pero si pensamos lo político como aquello que incide en la polis, esos discursos que ayudan al ciudadano de la polis a actuar, a moverse, a pensar, a elegir luego sus ideas políticas sin tratar de convencer o persuadir de cierto ideario, de cierta ideología, ahí sí, entonces, en ese sentido sí, la literatura es política y tiene un rol transformador. Pero más allá de eso, la literatura puede tener un rol transformador a nivel personal, individual y eso también es un rol que me parece importante y destacable.

 

¿Qué desafíos enfrentan hoy las escritoras en particular?

 

Hoy las escritoras tenemos, por lo menos yo, no sé si todas, puedo hablar por mí, yo tengo el desafío de creer con muchísima convicción en lo que escribo, por supuesto mejorarme, pero sobre todo, no dudar de mi capacidad creadora, de mi potencia, ni del peso de lo hecho anteriormente, que siempre cae en un lugar nuevo, transformador y que mejora y potencia lo que podemos hacer a futuro. Esa creencia de que todo lo hecho tiene un peso y una importancia, y mejora lo que vendrá, eso, sumado al esfuerzo del trabajo cotidiano,confiar en eso es hoy es mi desafío, y creo que es el desafío también de muchas personas que escriben.

 

¿Hace cuánto trabajs en el diario Perfil? ¿Cómo surgió la nota que salió publicada el 16-5-2025: Nadie lee nada?

 

Hace más de un año que trabajo en Perfil yǰ seis meses que no cobro, que es la mitad del tiempo que estoy en ese medio. Es un tiempo suficiente como para, después de muchos reclamos, tomar una decisión contundente de reclamar de una forma un poco más creativa, más asertiva e inteligente. Estoy contenta con mi acto, se lo dije ayer al director del diario que me llamó para ponerme la oreja. Le expliqué que tengo amigos, lectores y lugares donde me escuchan, que no es eso lo que necesito. Hay un pacto laboral en medio: ellos deben responder con el pago a lo que yo ya he trabajado, facturado y presentado en el lugar correspondiente, ni más ni menos que eso, creo que esa asertividad también es confiar en mi escritura y me saca de un lugar de, si queres duda victimización o ninguneo en el que yo sola me pongo al aceptar que no me paguen por lo trabajado y facturado. Sacomanno, el año pasado, consiguió que le pagaran y decir lo propio en el contexto de la Feria del Libro; no pasó lo mismo con mi reclamo, reclamo que, por error de ellos, por incompetencia, por desgano, por descuido, por inoperancia, publicaron en el propio diario. Al sentirse ofendidos, siguen incumpliendo su responsabilidad de pagar lo que deben. Me ofrecieron continuar trabajando en las mismas condiciones, como diciendo : no estamos ofendidos con lo que hiciste. Entiendo que es una respuesta a un reclamo sincero, efectivo y eficiente porque ha movilizado la conversación sobre las condiciones laborales de los periodistas, no solo de colaboradores como yo, sino de los que trabajan también en las redacciones de todo el arco periodístico de la Argentina. Incluso ha habido comentarios y notas en los países limítrofes. Con lo cual siento que es casi ofensivo que se dirijan a mí con el cinismo de pedirme que responda si voy a seguir escribiendo para el diario, cuando ellos no están escuchando mi reclamo, que tuvo sus vías institucionales y también su performance, si querés, en el propio diario que no paga. Espero que recapaciten. Entiendo que conmigo van a hacer lo mismo que hicieron Fogwill antes de enviar la columna. Van a pagarme, pero antes van a intentar demorar ese pago lo más posible. Meses, años, semanas… mi energía está muy lejos de ese lugar, renuncio al privilegio o al protagonismo o al prestigio que pueda significar estar en la contratapa del diario Perfil. Lo hice durante un año, me retiro con la intención de cuidar mi dignidad y esperando que este acto siga resonando en el interior de ellos, que bien me aclararon ayer, se vieron bastante convulsionados por la nota y están bastante problematizados. Espero que el último responsable, ese que habla de sujetos humanos dotados dignidad de las personas, etcétera, etcétera, entienda que hambrear a un trabajador que cumple con su parte del pacto laboral es totalmente injusto y delincuente.

 

Teniendo en cuenta que el título es Nadie lee nada y parece que muchos leyeron tu columna ¿pensaste cuando la escribiste que iba a tener esta repercusión? Por otro lado ¿nadie lee nada? ¿pensas que esto es así?

 

Sí, sabía que iba a tener mucha repercusión la nota, lo hice pensando en que Fogwill hace muchos años, cuando escribía para el mismo diario y tenía problemas parecidos, levantaba el teléfono y antes de la hora de la redacción, de que venciera el plazo de entrega de la columna para que el diario pueda diagramarse, llamaba por teléfono, reclamando un pago, lo cobraba y recién después mandaba la nota. Como evidentemente no iba a funcionar conmigo, porque sé las diferencias de ser mujer y ser una escritora menos reconocida, decidí una estrategia a lo David y Goliath, también de táctica más que de estrategia, un poco más jugada, y considerando que nadie lee nada, sobre todo en las redacciones de los diarios, entre la gente que se considera lectora. Por supuesto que sí hay lectores en todas partes y que la literatura nunca va a desaparecer, los libros tampoco y los escritores menos, sí va a desaparecer el oficio del periodista, por supuesto, que va a ser reemplazado por las nuevas tecnologías. Pero no la capacidad de pensar y tampoco la capacidad de incidir en la opinión que tenemos las personas que leemos, nos formamos y cultivamos en el hábito de comunicar con profundidad ideas que no entran en un twit. Entonces, lamento que la cultura de la inmediatez no valore el trabajo que hacemos, pero creo en el trabajo que hago, por eso lo elijo, y por eso también elijo separarme de los lugares perversos de explotación y de maltrato de las personas que pensamos y que durante muchos años construimos un nombre, una batería de ideas y una capacidad de comunicar.

 

¿Cómo manejás la crítica, tanto la positiva como la negativa?

Como toda persona, porque soy humana y bastante frágil a veces, aunque no por frágil menos fuerte. A veces, dejo que la crítica me influya y la escucho porque también en ese dolor de lo que no nos gusta escuchar, cuando es negativa, entra y modifica algo en nuestro pensamiento, en nuestro sentir. Somos una integridad entre cuerpo, espíritu y, si querés, alma y pensamiento. Entonces, permitir que otro movilice nuestra escala de valores o nuestras ideas hace que podamos pensar distinto, poner a prueba lo que pensamos, refutarlo, en todo caso, modificarlo, y esa es una actividad importante. Entonces, si bien a veces las críticas no me gustan, me duelen, elijo utilizarlas a favor, escucharlas y también, en cierto punto, descartarlas cuando no me sirven, descartarlas con la misma honestidad con la que las escuché. Creo que es importante ir detrás de lo que uno va sintetizando como ideas de lo que es mejor para uno, de lo que es mejor, no solo para uno sino para la sociedad y el mundo en el que uno le toca vivir; en esa certeza me muevo con tranquilidad.