
La Lic Laura Musane nos brinda una reflexión sobre Inhbición y Pasaje al acto desde la obra de Sigmund Freud y Jacques Lacan .
La inhibición es descripta por Freud en “Inhibición, síntoma y angustia” como una “limitación normal de una función”. Según sus desarrollos, el Yo es aquella instancia psíquica capaz de ejercer funciones, por lo que se deduce que la inhibición es del yo. Sostiene allí que la inhibición opera como modo de sustraerse de la angustia que generaría llevar a cabo una función. ¿Para qué se inhibe? Freud explicita que la inhibición del yo es para evitar por un lado, entrar en conflicto con el ello: lo que se inhibe es porque tiene un elevado nivel de erogenidad. Para no emprender una nueva represión, se inhibe. Por otro, con el superyó: se inhibe aquella función que podría deparar éxito.
Ahora bien, en su Seminario 10: “La angustia”[1] Jacques Lacan: El Seminario. Libro 10: La Angustia. Editorial Paidós. Buenos Aires. 2006., Lacan retoma esta triada freudiana para presentar un cuadro conceptual, una matriz donde ubicar las dimensiones en juego en torno de la angustia. ¿Cuándo surge la angustia en el neurótico? Cuando aquello que debía estar velado se hace presente, la castración del Otro. El sujeto neurótico se detiene frente a la castración del Otro. Es decir que cuando ésta aparece prefiere montar una versión sobre eso -es lo que articula en su $ <> a- para no toparse con la pregunta que ese deseo despierta: Che vuoi? ¿Qué quiere el otro de mí? ¿Qué es lo que desea?. El fantasma se constituye como un modo de defenderse de esa angustia. La inhibición y el pasaje al acto son otros de los modos de hacer con la angustia como veremos a continuación
“Si el deseo es su inhibición, el impedimento tomará aquí la forma de un no poder retenerse mas, dando lugar a la compulsión. Lo que resulta compulsivo es la duda (síntoma privilegiado de la neurosis obsesiva en tanto clínica del pensamiento) que deviene en un aplazamiento del momento del acto.”
Inhibición y Pasaje al acto en la Neurosis Obsesiva. Su relación con el Acto.
Si partimos de la idea de la antinomia entre pensamiento y acción (en sentido general pondremos al acto de este lado) y siguiendo a Lacan en que “actuar es arrancarla a la angustia su certeza”, veremos entonces, que la noción de acto se liga con la de certeza, si se le saca la certeza a la angustia es porque pasa a quedar ahora del lado del acto; mientras que por el contrario, la angustia estaría del lado del pensamiento, lugar de la indeterminación del sujeto, de la duda. A partir de esto es pertinente pensar ¿qué clínica del acto para la neurosis obsesiva? Si he elegido cernir la discusión a este tipo clínico es porque allí se manifiesta, más que en otra neurosis, una clínica del pensamiento.
Lacan en su Seminario 10 sitúa que al deseo hay que ubicarlo en el lugar de la inhibición. En la neurosis obsesiva, a nivel del deseo aparece la fijación anal en cuanto al objeto, como objeto cesible – Deseo de retener, ya que la cesión del objeto -a excremencial- articulado a lo fálico, implicaría un signo de castración. Este deseo de retener, ligado a la inhibición, se erige entonces como una defensa. Aparece la constitución del deseo como imposible, concepción solidaria de la inhibición. El sujeto se inhibe para no avanzar en el acto que llevaría la consumación de su deseo, ya que todo acto implica algo del orden de la castración. Surge aquí la dificultad para poder subjetivar el deseo.
Aparece en este seminario ya una primer definición de acto que relaciona directamente este término con el de inhibición: “hablamos de acto cuando una acción tiene el carácter de una manifestación significante en la que se inscribe lo que se podría llamar el estado del deseo. Un acto es una acción en la medida en que en él se manifiesta el deseo mismo que habría estado destinado a inhibirlo»[2]Ibid Pág 342..
Si el deseo es su inhibición, el impedimento tomará aquí la forma de un no poder retenerse mas, dando lugar a la compulsión. Lo que resulta compulsivo es la duda (síntoma privilegiado de la neurosis obsesiva en tanto clínica del pensamiento) que deviene en un aplazamiento del momento del acto. El sujeto queda basculando entre distintas posiciones sin poder asumir una que lo determine.
Pasemos ahora a la relación entre acto y pasaje al acto. Es bien sabido en nuestra comunidad que el pasaje al acto enseña sobre el acto ya que comparten la misma estructura. Dice Miller“(…) en el acto, si lo pensamos a partir del pasaje al acto, digamos que el sujeto se sustrae a los equívocos de la palabra, así como a toda dialéctica del reconocimiento; crea una situación sin salida respecto del Otro, y es por esto que propiamente hablando la apuesta misma del acto no es cifrable (…) apunta a lo definitivo…”[3]Miller, Jacques Alain: “El acto entre intención y consecuencia. Seminario de política lacaniana Nº 6”. En Política Lacaniana. Editorial Colección Diva. Buenos Aires. 1999.Pag 47. Digamos entonces que ambos suponen la irreversibilidad. Si el pasaje al acto también implica el atravesamiento de una escena, ¿dónde y cómo podremos señalar sus diferencias? Una primer respuesta es que el pasaje al acto es lo que cortocircuita entre la inhibición y el acto, permite una salida de esta compulsión a la duda pero sin poder subjetivar sus consecuencias. Es caída de la escena del Otro, es una acción precipitada que no se sostiene en un decir, a diferencia del acto donde habría un salir de esa escena pero profiriéndole un No al Otro, como dice Miller. Aquí radica la diferencia fundamental: no es lo mismo salir que caerse.
Si hablamos en términos de cortocircuito es porque en el camino que iría desde la inhibición al acto -en el caso de poder realizarse-, aparece un atajo. Si tomamos los tres tiempos que Lacan plantea en “El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma”[4]Jacques Lacan: “El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma”. Siglo XXI Editores Argentina. Buenos Aires. 2007., a saber El instante de la mirada, el tiempo para comprender y el momento de concluir, podremos pensar que, mientras que en el acto se darían los tres tiempos, en el pasaje al acto está elidido el segundo tiempo. Del instante de la mirada, donde queda atrapado el sujeto obsesivo en su captura narcisista se produce una ruptura y pasa sin vacilación alguna a una resolución que poco tiene de solución en torno de la castración. Se sale así de una escena que angustia sin poder asumir una posición al respecto. Una posición que permita sostenerse en una escena deseante; por tanto asumir la castración como condición necesaria para sostener un deseo posible. Sin esto sólo resta un goce mortífero, idiota.
En este punto es preciso aclarar que si bien podríamos conjeturar al acto como teniendo sus tres tiempos lo que concluye no es algo que se deduzca de los pasos previos necesariamente. No es una acción que entra en continuidad como “la mejor conclusión posible” luego de una serie de pensamientos, tal como lo explicita Miller[5]Jacques Alain Miller: “Jacques Lacan: Observaciones sobre su concepto de pasaje al acto”. En Infortunios del acto analítico. Editorial Atuel. Buenos Aires. 1993.. Esa es la trampa del obsesivo que supone que cuanto más se razone algo, una mejor conclusión se podrá obtener. El acto, y aquí tenemos una segunda definición: es lo que se atraviesa en relación al deseo: “Un acto (…) es el franqueamiento del Rubicón en el momento en el que no tenemos elección, cuando no se puede más ceder sobre su deseo y cuando uno se encuentra a la vez frente a un riesgo y una oportunidad”[6]Bernard-Henri Levy: “Lidiando con lo real”, en Revista Colofón: “Acto político” Nº 35. Septiembre 2015. Grama. Pág 14..Es decir cuando aparece lo no calculable y se asumen sus consecuencias aunque no se conozcan.

Siguiendo algunas puntualizaciones que Miller realiza en “Política Lacaniana”, ponderamos otra diferencia. Si el acto es lo que se desprende de sus consecuencias, ello implica que el acto sólo pueda ser leído a posteriori ubicando un nuevo decir, marca del movimiento en la posición subjetiva. El acto es aquello que acontece sin tantas tribulaciones ni anuncios previos, es lo que por su fuerza se impone, pero podríamos agregar, no sin elaboración, ya que no es respuesta precipitada sino conclusión sostenida en un decir. ¿Qué significa esto? Que el acto no es la pura acción, es más, la relación con la actividad motora puede ser inexistente. El acto tiene que ver con el atravesamiento de la ley simbólica del Otro, con su transgresión, que ubica al sujeto en una posición distinta. Entonces el acto es significante. Hay un decir que enmarca lo que se hace.
Miller propone allí dos éticas para pensar lo que es acto de lo que no. Tenemos, por un lado la ética de la intención, escrita como i (a). Es la ética de las buenas intenciones, de la buena fe, narcisista, del yo, de la imagen de sí. Nuevamente aparece el registro de lo imaginario dándole forma a lo real. Aquí ubicamos todo lo concerniente a la infatuación del yo. Por otro, una ética de los resultados, sólo juzgable a partir de los hechos: una ética de las consecuencias, ubicada del lado del a. ¿Por qué no llamarla “ética de la castración”?. Una ética que se funda en la acción, pero como consecuencia del acto y no como su anuncio previo. Es el acto el que funda la acción, no al revés. Y esto es tan simple que si pensamos el acto del lado de la castración, no es posible pensar movimiento previo sin falta.
Para concluir diremos entonces que la inhibición y el pasaje al acto son modos neuróticos para hacer con la angustia que supone el acto; modos que podríamos ubicar como característicos de la neurosis obsesiva. La primera inmoviliza a un sujeto y lo deja inerte en la mentira de su imagen sin huecos, sin agujeros, en tanto la inhibición juega su partida con lo imaginario como defensa frente a lo real. El otro, por su parte, permite una salida de esa angustia pero deja al sujeto fuera de toda escena del Otro.
El acto, en cambio, tiene que ver con el deseo y la castración. El acto supone la asunción de la castración como ser hablante; introduce una falta permitiendo la circulación del deseo como horizonte, sostenido en un decir.
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