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Cuchillo de plata

Por Augusto Lagiglia 

augusm4@gmail.com 

El sonido de nuestros corazones casi se podía escuchar debido al perpetuo silencio que inundaba el comedor, nadie tenía la intención de hablar. Por alguna razón mi pierna derecha estaba inquieta, se movía de arriba a abajo sin parar, provocando que la mesa temblara un poco y así fue como mi mamá articulo la primera frase en la última hora.
-¿Podes dejar quieta esa pierna?
Tenía la boca llena de comida, podía verla a través de su boca, me moría por decirle que no podía hablar con la boca llena, pero eso me iba a costar unos buenos golpes, mi papá miraba atento la situación sin inmutarse por nada, mientras él pudiera comer tranquilo no se metía para nada.
Al cabo de unos minutos todos dejamos de comer, aunque algunos no llegamos a terminar el plato, aquel silencio era en cierta forma asfixiante, y por sobre todas las cosas era incómodo, las miradas se cruzaban una con la otra, algunas veces cómplices, otras veces enemigas y así, el proceso de levantar la mesa y lavar los platos era lo peor, si la manera en que lo hacías no era del agrado de mi mamá, era seguro que ella te quitará ese privilegio de ayudar, porque lo era, y se lo daría a alguien más, lo que te hacía sentir muy inútil, algo así me paso en ese momento, llevaba los platos y uno casi cae al piso, la mirada de mi mamá hizo que mi sexto sentido se activará, logré salvar el plato, pero perdí el privilegio de ayudar.
-A ver, dame eso.
Dijo ella, y las lágrimas se quieren escapar de mis ojos, podía sentirlo, no quería llorar, según mi mamá nos hacía «Menos hombres», nunca lo entendí, así que con los ánimos por el suelo me encerré en mi pieza, que por encerrar se entendía a correr la cortina negra, porque en mi pieza no había una puerta que nos separara, miraba el techo esperando que las horas se pasaran, una que otra lágrima se escapó, no pude evitarlo y menos mal nadie estaba mirando.
Vivir en el campo no era algo fácil, ni mucho menos para un chico de mi edad, no tenía nadie con quien hablar y la única ciudad en la que podría haber quedaba a tres horas de aquí, vivía entre animales y alejado de la sociedad, a veces el aburrimiento me pegaba muy fuerte, gracias a eso descubrí muchas cosas sobre mí, como por ejemplo, se qué piensan las otras personas y cómo se ven esos pensamientos, a veces vienen en forma de palabras o en imágenes muy directas. La primera vez que me ocurrió fue mientras estaba acostado en mi cama, miraba el techo como de costumbre esperando a que la noche me silbe sus cantos al oído y el sueño me caiga sobre los ojos, mi hermano dormía profundamente, hasta que empezó a moverse de un lado a otro y balbucear cosas inentendibles.
-¿Qué pasa, Juan?
Me levanté de la cama y camine hasta donde él estaba, pude sentir su miedo, a medida que más me acercaba, más clara era la imagen de una nube negra en forma de un rostro siniestro que se tragaba todo lo que encontraba, no podía comprender qué era lo que estaba ocurriendo, y las lágrimas comenzaron a salir, y la orina se esparcía por mis piernas mojando mis pantalones mientras miraba un punto fijo en la pared, un movimiento repentino me sacó del trance en el que estaba, era mi hermano, que aunque con miedo, seguía intentando descubrir qué era lo que me sucedía, me acompaño al baño y me lavo sin que mis papás se enteraran, usualmente ocurre en ese tipo de situaciones, cuando mi conexión con la persona es muy grande y fuerte, aun estoy entrenando así quizás poder sacar provecho de este raro y misterioso don.
El día había empezado distinto a los demás, me había levantado y siento una pesadez en mi cabeza, también, debajo de las colchas había un pequeño y notorio círculo de pis, que seguro había sido obra mía, había tenido una pesadilla que no recuerdo muy bien, pero según las cosas que recuerdo, tenían que ver con mi familia.
-Levántate, dale.
Mi mamá entro a mi pieza azotando la cortina con una expresión de enojo en el rostro, pero había algo raro en ella, un sentimiento nuevo que nunca había sentido antes en ninguno de mi familia, un sentimiento oscuro y podrido, el color más repugnante que había visto adornaba el alma de mi mamá, una gota fría recorría mi espalda, ella tenía una especie de tormenta sobre ella, una tormenta en la que llovía sangre y donde los tornados arrasaron con todo a su paso, no me atreví a preguntarle nada.
-Ya voy, ma.
Respondí con un tono alegre, ocultando mi preocupación, mientras caminaba hacia el comedor podía sentir aún más aquellos sentimientos que se estaban cocinando a fuego lento en las mentes sucumbidas por el caos y el dolor, mi mamá pensaba en un montón de cosas, mi papá pensaba en cómo se iba a escapar lo más pronto posible, necesitaba «arreglar unos asuntos» y mi hermano solo pensaba en las cosas que sucedían a su alrededor.
-La comida ya va a estar.
Mi mamá se notaba cansada e infeliz, ¿Se habría enterado lo de mi papá? No quería hurgar mucho en su mente, al final de toda esa tormenta, en el ojo del huracán más grande se halla un secreto, que prefiero no saber, mientras ella picaba las verduras con el cuchillo más viejo que teníamos, se cortó el dedo, una herida apenas profunda, pero que sangraba bastante y de pronto sus pensamientos se volvieron rojos, muy rojos y cada vez me hacían sentir peor, corrí hasta el baño y vomite, algo malo estaba por pasar.
La noche, hecha de cristal se hacía gigante en la pieza a oscuras y la única luz que se podía ver, venía de la pieza de mis papás, no quería pensar en lo que había sucedido esta mañana, pero no podía dormir y un zumbido extraño comenzaba mis somnolientos deseos, al cabo de unos minutos, sentí un pequeño grito, incapaz de despertar a alguien, pero yo ya lo estaba así que escucharlo no era un problema, parecía la voz de mi papá y de pronto sus pensamientos se cayeron, unas lagrimas comenzaron a salir, todas seguidas.
-Juan…
Quise llamarlo, pero la cortina se movió, ella había entrado a mi pieza y se dirigía al cuerpo de Juan, con suavidad apoyó el cuchillo encima de su garganta, hasta que con fuerza la atravesó por completo, la sangre salpicada por todos lados, Juan ni siquiera gritó, sus pensamientos se iban apagando poco a poco, mientras se ahogaba con su propia sangre, aproveche la oportunidad y corrí, salí de mi casa a toda velocidad no me importó nada más, solamente me importaba llegar a la ruta. Cuando estaba ahí hice dedo y una camioneta permitió que me subiera, mire para todos lados con evidente paranoia, en el espejo retrovisor había un colgante de un cuchillo de plata, como el que usaban los gauchos, como el que uso mi mamá.