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El árbol de la bruja

Por Karen Santander karenjesus2499@gmail.com

Sentada en la vereda, bebiendo el calor de aquella bola de fuego que colgaba del cielo una tarde oscura de invierno. Caía una hoja naranja lima de aquel árbol adulto abrazado a la tierra, como si temiese ser arrancado a la fuerza por un tormentoso ser que llaman humano. Poco a poco me percataba cómo el aire escribía en las venas marcadas del centro de esa hoja naranja lima, haciendola bailar lentamente al compas del susurro ventoso, y de un segundo a otro, violentamente la golpeó dejándola cerca de mi rostro. Anonadada, agitada mi respiración ante descolocada situación, temía, mal augurio mi alma advertía. Pero a susurros suaves, al oído me decían:

-tómala…

-tómala…

-tómala…

Al no hacer ningún movimiento, ese susurro se volvió un grito desesperado, invadiendo hasta el más profundo de mi ser, y mis manos se desesperaban pues ese susurro suave, que ahora me grita, me arranca los oídos, y me seca la garganta, no logro emitir ni un gemido.

-TÓMAME, TÓMAME, TÓMAME, TOMAME

Se desespera, violentamente, sufrida, desgarrada voz que me grita y lo peor… Lo peor es que parece estar en todos lados, incluso, está dentro mío.

Me tomo el rostro con mis manos, mis ojos buscan perdidamente ese grito, a quién están matando, a quién estoy dañando, observo el árbol y de repente, las raíces que abrazaban la tierra se desprenden y con forma de dedos me señalan la fuente de ese grito aterrador, desgarrador.

La hoja, esa hoja escrita por el viento, color naranja lima que segundos antes caía de aquel árbol adulto temeroso, abrazado a la tierra, como si temiese ser arrancado a la fuerza por un tormentoso ser que llaman humano. 

Anonadada, mis latidos disminuyen, la tomo entre mis manos que segundos antes los dedos abrazaban mi rostro.

TÓMAME, me grita, tómame, me susurra.

La poso en mi rostro, como si quisiera cubrirme con ella…me eleva y me lleva.

Despierto, sentada debajo de ese árbol temeroso, pero no temía. No era aquel árbol adulto, no era una tarde oscura de invierno. El árbol era joven, la primavera era joven. Me veo las manos, buscando esas hojas, y me encuentro con una libreta y una pluma… No estoy en la vereda, estoy en el verde campo.

Doy unos pasos, me siento viva, con alegría. Y de la nada, tomo esa libreta y la lleno de poesía… De versos de amor y de muerte escribí en toda la orilla, los cuentos de amor y de suerte escribí al ver una vaquilla, olor a vainilla, en una banquita.

Escucho unos pasos, siento temor, me siento perdida, oculto velozmente al compas del susurro del viento a aquella libreta y mi pluma sedienta. Un hombre, se acerca y me acecha…

-¿Que ocultas ahí? muchacha desvelada

¿Que ocultas ahí, quizás tus maldiciones? Muchacha desvergonzada

-Me acusas sin razones, y no con ellas. Digo con una sonrisa lisonjera. Abrumado y ofendido aquel hombre, orgulloso de su pecho toma aire y recrimina;

-Mujer que no eres mujer, sino más que hechicera, sé que en esa libreta nos preparas la peor de las pestes a este pueblo que ya maldito está con tu nacimiento, nacida en prosa y versos.

Nacida del barro como los huesos de aquellos árboles que tanto aborrezco.

Soy un hombre honrado, un verdadero ser humano, mientras tú, mujer que no eres mujer, mujer hechicera, una bruja es lo que eres.

Estupefacta quedo ante este ser tan agravio, osaba hablar tan vulgarmente de aquellos árboles, y acusandome de hechicera, de bruja, recategorizando mi poesía con brujería.

Me vuelvo a posar en aquel árbol, pero antes, le abrazo y le pido permiso…

Me recuesto a la orilla, y comienzo a escribir otra vez, mientras el sol, como luz que ilumina me abrazaba en cada verso, y me ayudaba encontrar un verso, al encontrarlo, gozada y feliz le bailé en compas de un suave viento que movía las hojas y bailaban conmigo, en agradecimiento al sol le mandé un beso y tres versos.

De repente, mucha gente, me había observado bailar y agradecer al sol, al viento y abrazar al joven árbol que ya en sus raíces veía sus lamentos.

De repente, mucha gente, me toman de los brazos, me atan con una soga mi suave y débil cuello, una banquita abrazaba mis pies, lloraba y crujía, lo sé.

Bruja, brujería, todas esas líneas, esas que escribías, asi nos maldecias. Así me decían. Lloraba mi alma, lloraba mi poesía. Las dos eran una, las dos eran mías.

En una fogata las dos se consumían. Mientras mi cuerpo, colgado en aquel árbol joven

quedaría.

Desperté, de golpe, volví a aquella vereda junto al árbol adulto que temía… Lloré tanto ese día, a ella la habían enterrado a su orilla, allí donde tanto sus raíces se prendían. Su cuerpo allí aún permanecía, su alma, era aquel viento que en aquella hoja naranja lima escribía, esa hoja era su libreta. Y ella me confesaría, que solo fue una bruja que ardía en manos de la poesía.