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Ella

Por Joaquín Gallardo joa_gallardo@hotmail.com

Y, a pesar de todo, Leandro se despierta en casa ajena; cortinas amarillas, una planta sobre el aparador y polaroids de un viaje de amigas pegadas en la pared, le dan la pista. Sonríe, finalmente lo consiguió y se llevó a Romina a la cama. Se sienta y se agarra la cabeza; el mundo es un zamba. Le sube una arcada que reprime. Tiene el aliento ácido por toda la cerveza que tomó en el after. No llevó la cuenta, pero sí recuerda que vomitó dos veces para purgarse. Ahora, para aliviar el mareo, se acuesta y cierra los ojos.
Romina sale del baño, envuelta en una toalla; no tiene resaca, ni ojeras ni mal aliento. Ella le tira un beso y saca ropa interior de una cajonera. Leandro aprovecha y se mete en el baño, mea, se lava la cara y abre las puertas del vanitory: cremas, perfumes importados y un libro: Quiérete y mucho. Después encuentra un enjuague bucal y hace buches. Se pasa la mano por el tatuaje del pulpo que se hizo en el pecho, una semana antes. Cuando sale, se viste y la busca a Romina. Ella, en la cocina, unta una tostada, le ceba un mate y Leandro agradece con exageración. Él le pregunta:
―¿Dormiste bien?
―Como pude, roncás fuerte, ¿sabías?
Él se ríe.
―Ya me lo dijeron…
Romina levanta los hombros, lleva las tostadas a la mesa y se sienta a upa suyo. Leandro le besa el cuello, le repite cuánto le gusta. Ella le ceba otro mate. Cuando terminan el termo, él le comenta:
―Me voy, tengo que sacar a Capitán.
―¿No te querés quedar a almorzar?
―Otro día.
Entonces él la besa y se va. Camina con el pecho inflado, victorioso. Cuando llega al departamento, Capitán le salta con fuerza. Leandro lo saca a pasear, compra un café al paso y caminan hasta el parque Camet. Una vez allí, lo suelta y Capitán corre en círculos a su alrededor, desquiciado, con la lengua colgando hacia la izquierda. Ve un labrador a lo lejos y se acerca a jugar con él. Cuando el otro lo muerde un poquito, Capitán chilla y vuelve con su dueño. Leandro se ríe, se saca una selfie con él y la sube. Yo la veo desde mi reposera en la playa. Salen contentos los dos, hermosos ―aunque Leandro tenga la sonrisa algo torcida―, y quisiera reaccionarla, pero estoy enojado desde el lunes pasado, desde esa noche en que llegué del trabajo y él se estaba bañando, yo agarré su celular y tenía un mensaje de Romina con un corazón. Sin dudarlo, abrí la conversación: nudes, sexting y una receta de brownies que él aprendió a hacer poco antes. Al principio no entendí nada, Leandro y yo convivíamos hacía años. ¿Desde cuándo le gustaban las mujeres? Me metí en el baño, corrí la cortina y le puse el teléfono en la cara.
―¿Qué carajo es esto? ―le pregunté. Él, confundido, no sabía qué contestarme―. ¿Te cogiste a esta mina?
No hubieron explicaciones. Él repetía no sé, no sé, no sé, mientras yo me ponía colorado, lo bombardeaba a preguntas y gritaba cada vez más alto.
―¿Desde cuándo te gustan las mujeres?
Él levantó los hombros y, en un susurro, me dijo:
―Me gusta ella…
Ahí me calmé. Entré al dormitorio, metí unas prendas en el bolso y, cuando quise salir, lo vi parado en el marco de la puerta.
―No hace falta que te vayas.
Quiso acariciarme, le corrí la mano y fui a lo de mamá. Ella abrió mucho los ojos al verme ―yo no la visitaba seguido― y me abrazó. Me aguanté el llanto delante suyo; hace mucho me enseñó que los chicos no lloran. Dejé el bolso en mi cuarto de la infancia y fui al comedor. Mamá preparó una cena como para un batallón y, mientras daba vuelta unos bifes, me preguntó:
―¿Qué hacés acá?
Me desahogué y le conté todo.
―Y sí, hijo, qué decirte. Los hombres son así.
―Yo también soy hombre.
―Bueno, pero vos… Ya sabés ―me contestó y subió un poco la tele.
Desde esa noche Leandro y yo no hablamos. Bah, él me escribió todos los días, me mandó reels por Instagram y un mail pidiendo perdón y aclarando su versión. No le contesté. Pero cuando sube stories las veo y sé que anoche tuvo un after con clientes de la empresa y que debió estar hermoso con su barba recién cortada y la camisa que habíamos comprado juntos para ese evento. Romina habría estado preciosa también, es colorada y tiene una sonrisa de publicidad. Estoy convencido de que se la cogió, a pesar de todo. ¿Por qué no lo haría?
Ahora saco mis likes de las fotos del feed de Leandro y borro las del mío, en las que estamos los dos con Capitán. Guardo el iPhone en el bolsillo y me cebo otro mate. Estoy solo frente al mar. Es fría la playa en invierno, helada.