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Las rosas del sol

Por Agustina Micaela Chiera agustinachiera@gmail.com

Las rosas del sol

          Miré aquella tarde que las olas se movían distinto, que el viento soplaba sobre mí y mi pollera bailaba al son de las flores del jardín de mi querida vecina. Sí, no me había percatado de lo que me rodeaba: la calidez de la naturaleza, el silencio de la playa, el corazón exaltado y el alma en búsqueda de crecimiento y evolución. “Deseo que conozcas las sorpresas que tengo para ti, suéltalo todo”, me susurraba el universo, mientras yo veía como las rosas que tenía en mis manos decoraban aquellas palabras de amor por mí que sólo existían en los rayos del sol.
          Caminé hacia la playa, convencida de que aquellas rosas flotarían sobre la pureza del agua y me uní, entonces, a la magia del comienzo del atardecer, una vez más. Pero, al regresar mi mirada, temí al mar, a sus olas fuertes, aunque tuviera en mis manos mis flores preferidas, aquellas que me otorgaban seguridad, confianza y amor. «Yo puedo», pensé ante el desafío que tenía por delante. Cerré mis ojos, mis manos se soltaron, mis piernas se movieron y yo me entregué, sin más. Di dos pasos hacia delante. Las rosas se trasladaron con el movimiento de las olas, la arena estaba firme, pero yo, por momentos, caía. Luego, supe cómo mantenerme de pie y me asenté decidida sobre ella. Abrí mis ojos y descubrí que el sol iluminaba de ráfagas rojizas el cielo, pero todo a mi alrededor había cambiado. A mi costado había una estrella de mar, frente a mí se encontraba el horizonte colorido y en mí misma, yo. La victoria del amor sincero en la construcción de un nuevo caminar.

 

 

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