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Pajarito y el Paragua. Promesa Cumplida.

Por Carlos García Cejas carlosgarciacejas123@gmail.com

Esta es una no tan antigua narración, cuento o leyenda de la zona mesopotámica.
La historia transcurre en algún cercano a los Esteros del Iberá.
Allí se ubicaba un caserío ínfimo con una particularidad, existía una fonda donde también se vendían plantas curativas. Seabría temprano a la mañana y cerraba a la hora de la siesta hasta el día siguiente.
La dueña del local era una correntina petisa y gorda, parca, con tan mal carácter como buenos sentimientos. Era inexplicable la cantidad de parroquianos que iban almorzar o comprar plantas.  Ella aceptaba cualquier forma de pago: guaraníes, patacones y hasta vales que luego canjeaba en los almacenes correspondientes. Por la tarde la mujer salía a buscar hierbas para sus menjunjes curativos.
En la parte de atrás de la fonda había un galpón que funcionaba como depósito de mercaderías y botellas. Allí también pernoctaban dos viejos en sendos catres, por voluntad y misericordia de la dueña. La obligación de los viejos era limpiar la posada cuando cerraba y mantener el depósito ordenado y pulcro.Se alimentaban con los restos que sobraban del almuerzo en la fonda.
Uno de los viejos era misionero y lo apodaban “Paragua” por su vocabulario mezcla de guaraní con argentino y al otro, formoseño que hablaba poco y silbaba mucho lo bautizaron como “Pajarito”.
Ellos se llevaban bastante mal y discutían permanentemente, por lo que fuera del galpón cada uno hacia su vida independientemente del otro.
El estado paupérrimo de estos dos hombres no obedecía ni remotamente a una juventud disipada y de excesos sino que siempre habían trabajado en labores “golondrinas” con largas y pesadas jornadas que implicaban una tarea brutal. Cobraban en “negro” con dinero o vales y, por ende, nunca pudieron hacer ningún aporte jubilatorio que los ayudara en su vejez. Eran dos buenas personas a que habían perdido en la ruleta del lugar de nacimiento.
No eran tan viejos como para estar tan destrozados pero las labores realizadas le estaban pasando factura.
Un día se enteraron que detrás del caserío, los chicos del lugar habían improvisado una cancha de futbol, armado un equipo y los sábados jugaban desafíos con otros equipos de los alrededores. Cuando se enteraron los viejos decidieron concurrir para alentar a los locales, pero lo hicieron unilateralmente y se encontraron recién en la canchita. Solo allí concordaron en algo y era su pasión por el fulbo.
De ahí en más forjaron una amistad que los mantendría unidos, a veces, con largas charlas y las inevitables discusiones sobre equipos, tácticas, jugadores y otras yerbas.
Una tarde se juramentaron que el primero que muriese, vería la formade comunicarle al otro si en el paraíso se jugaba al futbol. El pacto se selló con un apretón de manos.
A poco falleció el Paragua. Pajarito quedó solo con sus pensamientos y su vida en compás de espera.
Pasó el tiempo y casi se había olvidado el pacto.
Una noche de verano, inesperadamente, se desató una feroz tormenta eléctrica con un aguacero brutal, seguido de  fuertes relámpagos, truenos
y rayos.
De pronto, un refucilo seguido de un rayo pareció derrumbar la habitación.
Pajarito despertó sobresaltado y cuál sería su espanto cuando apareció frente a él una figura humana color áureo brillante marcado su contorno y el de su musculatura por una fina línea plateada. Era una aparición que asemejaba un dios o héroe mitológico. La perfección de la figura igualaba
al del David de Miguel Ángel pero con facciones y atributos viriles guaraníes.
En medio de otro relámpago, la figura se dirigió a Pajarito y le dijo:
– No tengas miedo,soy yo el Paragua, que vine por el tema de la promesa –
– ¿Qué promesa?
-La de venir a avisarte si en el paraíso se practicaba el fútbol-.
-¿Y? –  Añadió Pajarito, aún consternado.
– La respuesta es que ¡Sí! Se juega a la pelota en el cielo -.
– Bueno, gracias – respondió, dándose vuelta para taparse hasta la cabeza con su frazada vieja, como queriendo escapar de la situación.
Entonces esa figura o cuerpo empoderado, le espetó con voz firme e imperativa – ¡Ma’ que bueno ni bueno, Pajarraco,empezá a prepararte que mañana jugás de arquero, no sé si entendiste! -.
Se produjo un silencio ensordecedor, parecía que Pajarito no quería aceptar el destino inevitable.
De pronto, por debajo de la cobija, se escuchó una voz temblorosa que preguntaba – ¿Y allá arriba con quien puedo que hablar? A mí no me gusta jugar al arco.-