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Poética mimética

Por Luz Quiroz

 

 

En la misma proporción que la vida supera a la imagen, es superior el poeta al pintor.

El rapsoda agudiza el numen en material,

el artífice pictórico embota en material el numen.

Adora la imagen por sobre el fondo,

no se complace adorando la soledad

de la profundidad superficial.

Adormece el inmaterial en la existencia,

espabila el material en la inexistencia.

Impoluto hacedor de profundidades;

no supo verse como destructor de superficies.

 

Inserta la poeticidad en la imagen, es entonces más poético la enlutada mímesis aristotélica.

Poiesis en la blancura mortecina de los cuerpos amortecidos pintados de Diana y Acteón.

Brueghel, poietes, convirtió el quimérico Ícaro en caída sin fondo.

Hiperbólico el hombre indefinible en Valéry,

símbolo magnificador de virtudes mentales

consumadas en una sola personificación,

Edmond Teste.

¿Es posible que el pintar y poetizar no sean causa de una mimética abarcadora?

 Si la nada se introduce,

corrompe lo replicable en vacío.

 

¿Qué es la imaginería sin su ilustre representación?

Existe el representar sin la aliteración de su espíritu

conforme a su poética mimética, pero

Dios creó sin representación.

Él mismo poetizó su existencia.

La precedente nada absorbió la vacuidad del orbe.

Ex nihilo creó la luz sin el concepto de iluminar,

no hubo noción a priori.

Existieron las representaciones puras, pero ello es caer en la ilusoriedad.

Es dictaminar lo ilusorio más inasible.

¿La idea no existía antes de la creación?

Es nominal el Verbo ante la incompleta sustancia.

 

La providencia nos otorgó la creación sin poética,

Dios la poética sin creación.

Su conocimiento metafísico no debe acabar en sí mismo.

Si fue el gran totalizador,

no puede encerrarse en la moralidad de los actos.

Precisa la comprensión de lo inteligible,

mas no representar la convexa iluminación del bien y el mal.

El cóncavo nigérrimo no puede hallar representación en la Divinidad.

Ser cegado por el pecado resoluto es caer en el ciego azar epicúreo.

Ser iluminado por la virtud irresoluta es caer en el determinismo estoico.

La divinidad es mediadora del tiempo, aunque no crean en los mismos efectos.

Zenón desembocó en el hado; y llevado por el segundo, Epicuro desembocó en el azar, y por eso ambos negaron la providencia divina.