Seleccionar página

Potrero

  Por Juani Ramirez cuervodetintaok@gmail.com 

Dicen que cuando se persigue un sueño, no se siente el calor, el frio, el cansancio ni el hambre. Igual ahora, bajo este sol picante de las tres de la tarde, hace calor igual. Pero a los pibes no parece importarles. Juegan ese partido como si fuese la final del mundo. No importa que la cancha sea de tierra, este llena de pozos y que se levanten polvaredas cada vez que salen a trabar. Para ellos es como el Gigante de Arroyito. Yo solo observo desde afuera. No soy del barrio. Ni siquiera soy de la ciudad. Apenas vine a pasar unos días. Pero acercarme al potrero me inspira, creo, y me hace acordar a que hubo grandes que escribieron sobre esto, como Fontanarrosa.
Los miro. Hay algo que me atrapa, y es su pasión. El arquero hace el pase con el pie, y salen del área chica, a toda velocidad. Vuelan los metros que los separan del arco rival, ese improvisado con sus mochilas y una bicicleta dada vuelta. La pelota de cuero reventada de tantos partidos no se les despega de los pies. Se enfrentan al arquero y al momento de la verdad. Si erran, levantan la vista al cielo, echan una puteada, y vuelven a agachar la cabeza. Pero cuando meten un gol, festejan de manera exagerada. Se sacan la camiseta y la revolean al aire mientras le gritan “GOOOL” a una hinchada imaginaria. Lo hacen a cada rato. O son muy cracks del deporte o los arqueros no son tan buenos. Anda a saber cuál de las dos es la verdad.
Al barrio solo vengo una vez cada unos meses. Así y todo,las ultimas veces me di cuenta de algo. De que cada vez quedan menos potreros en la zona. ¿Por qué? Notengo respuesta realmente. Nunca se sabe bien cuándo desaparecen ni que construyen en su lugar. Solo se desvanecen. Igualito a la esperanza de los pibes. Sacudo la cabeza. En pensamiento me parece desolador. No está bueno.
Al costado de la cancha hay un par de pibas. Aparecen todos los días, con los uniformes del colegio y las mochilas en su espalda. Supongo que vienen a ver a los pibes que les gustan. O capaz son sus novias directamente. Las pibas los miran, entre risas y comentarios en voz baja. A veces se burlan cuando un patadura deja la pelota colgada de un árbol o en la calle, pero también los alientan a morir. Capaz sueñan con verlos jugar en un estadio gigante, con luces y una hinchada coreando sus nombres. O tal vez solo les gusta verlos correr, con el viento y el polvo levantándose a su alrededor. Pero no lo se realmente. Nunca lo hice. Nunca les pregunté por sus sueños. Al Tito y al Laucha sí les pregunté. Se que quieren llegar a primera algún día. Uno quiere jugar enÑuls, el otro en Central. Y los dos sueñan con llegar a estar en la Selección. Tito es el de la pechera negra y roja, con el 8 blanco en la espalda. En algún momento pareció de Ñuls esa remera. Es chiquito y corre rápido. El Laucha tiene la albiceleste. El salió más grandote. Pero a pesar de su estatura, para mí gambetea tan bien como La Pulga.
Cuando el sol empieza a caer, se sienten las puertas y persianas que se abren y las vecinas que sacan las reposeras a la vereda. Eso también hace rato que no se ve. Solo el verano trae de vueltas las viejas costumbres. Decido irme. Saludo con la mano a algunos que me dan bola, aunque se que la mayoría me ignora.
Al otro lado de la plaza, el mural del Diego con la cabeza llena de rulos mira el potrero con atención. Como vigilando. Me pregunto si también me vigila a mí y a mis búsquedas. Yo sigo camino a la casa de mi viejo. Cruzo la vía. No llego a ver el tren. Pero se que viene. Puedo sentirlo en los rieles bajo mis pies. Le va a romper las pelotas al viejo en bicicleta que viene a 3 cuadras y que anda a paso de hombre. No lo va a dejar cruzar. Pareciera que no lo quiere dejar salir del barrio Las Flores. Llego a lo de mi viejo. Está en la cocina haciendo milanesas. Seguro en el potrero ya se sienten los gritos de las madres que llaman los pibes a cenar. En la casa del Tito la mamá ya estará sirviendo la sopa. Y el pibe seguro que le estará contandosobre los goles que metió. Miro como cocina mi viejo. Miro sus manos que estiran la carne, rompen los huevos, condimenta con especias, pasa la carne y de ahí al pan rallado. Golpea con fuerza, para que se pegue bien. Y a la sartén. Mientras el aceite salta, me pregunta si me pude inspirar para escribir algo. Le digo que no. Me mira desolado, como si fuese el fin del mundo. No pasa nada, lo calmo, hay un montón de oportunidades. Sonríe. Sabe que es verdad. Yo no sonrio. Me da miedo pensar que quizás nunca voy a ser un escritor reconocido. Que capaz nunca voy a poder escribir algo como la gente y publicar un libro. Hay momentos en que me gustaría ser como el Tito o como el Laucha. Y soñar, sin calor, sin frio, sin cansancio y sin hambre. Soñar sin miedo a que el potrero desaparezca. Soñar sin que exista la incertidumbre. Soñar, que algún día yo también voy a poder jugar en primera