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Último bondi a Tandil

Por Bruno Torres

El Marzo de 2016.- Una tarde soleada y fría, yo me dirigía rumbo a Tandil. ¿Por qué? Ese fin de semana tocaba Carlos “el Indio” Solari en esa ciudad. Solo tenía pasaje de ida, pero me imaginaba que habría algún micro de escolares para regresar. En mi billetera, desnutrida, se encontraban mi pasaje, mi entrada y unos pocos pesos que no alcanzaban para mucho.
En Liniers tomé el micro con rumbo a Tandil y ahí empezó mi odisea. El vehículo, de condiciones precarias, demoró más de una hora en salir porque necesitaba ser reparado.
Apenas nos subimos y empezó a andar, sentimos que el micro se inundaba de un olor hediondo, y a los pocos kilómetros advertí que el baño tenía un cartel que decía “clausurado”.
Aguantándome las ganas, me puse los auriculares y puse play en “La hija del fletero”, cerré los ojos por unos minutos y al volver a abrirlos mi acompañante de asiento, había iniciado un viaje paralelo. Me ofreció lo que estaba “saboreando”, pero me negué; y pensé internamente que “mi compañero de banco” era un total desconocido.
Aproximadamente dos horas después, llegando a Las Flores, el micro estaciona en la banquina, pues, esas eran las indicaciones del control policial que hacía señas de que frenemos. Yo, asustado, fingí estar dormido. Mi compañero, no podía fingir nada. Al subirla policía le preguntaron cómo se llamaba y mi compañero respondió:
-Buenas, mi general, yo soy José de San Martín.
_¿Ah…no me diga?¿Y donde tiene la espada?!-exclamó el policía
-¿Es una contraseña?¿Usted quiere que le convide algo?-contestó el compañero.
-¡No se haga el gracioso! Usted es un irrespetuoso y nos va a acompañar.
Así fue como, mi compañero Jose de San Martín provincia de BuenosAires, abandonaba el micro a los gritos diciendo “¡Soy José de San Martín! ¡Soy José de San Martín!”
Ya sin mi compañero, seguimos camino en la ruta y como estaba bastante aburrido empecé aprestar atención a tres hombres que hablaban en una lengua que no comprendía. Al ver mi cara de extrañamiento uno de ellos me dijo
-¿Reipotápa peteĩ ne ména térã ne rembireko? (¿Querés un mate?) me dijo uno de ellos acercándome el mate.
-No gracias, tomé mucha coca, contesté. Y me giré para hacerme el dormido.
Cuando estábamos por llegar a destino, nuestro micro empieza a tambalear y quedamos varados en la banquina. Dos chicas rezaban y lloraban a la vez mientras un chico con flequillo stone y unas sucias Topper Blancas de lona imitaba a Mick Jagger y usaba la banquina como pasarela. Yo estaba al borde de un ataque de nervios, solo, con hambre, con ganas de un baño, con unos pocos pesos que no me alcanzaban para nada y parado en el medio de la nada misma a pocas horas del recital del Indio.
Esperamos dos horas hasta que llegó un micro escolar y nos trasladó hasta el hipódromo, donde era el recital. Miré al cielo y como pensando que creía en algo solté un “Gracias!”. Como faltaba poco para el arranque me fui hasta una parrillita y me compré el mejor choripan de mi vida con unos pocos pesos tratando de guardar un mínimo resto por las dudas.
Empezó el recital y volaban regalos arriba del escenario, un peluche, una zapatilla, una camiseta de Boca, un corpiño y un festín de botellas. Entretanto, una luz de fuego y colores se encendió frente a mis ojos. esquivando chispazos, dejaba la vida en cada frase de cada tema, y sin saberlo esa sería la noche del gran anuncio de Solari.
Fueron trece temas, hasta que la banda se esfumó del escenario. Así quedando solos, Solari y las bandas, en un estado de intimidad absoluta, agarró el micrófono y ante cientos de miles, dio el mensaje que luego se replicaría por todos lados:
-Anda circulando en Internet una versión de que estoy enfermo. Y es verdad. Todos gritábamos y llorábamos. Y entonces el Indio agregó:
-Mr.Parkinson me anda pisando los talones.
Sentí un nudo en la garganta, y cuando estaba a punto de llorar apareció de la nada y a los gritos mi ex compañero de viaje “José de San Martín”. Gritaba -Changuito! Changuito! Acá estoy! ¡Viste que llegué igual!, me dijo.
Nos abrazamos, miramos al escenario y fue ahí que empezó a sonar “Un ángel para tu soledad”.
Al cierre del recital, no sabía cómo iba a volver, ya que aparte de que el micro estaba roto solo tenía pasaje de ida y estaba sin un peso. Pero José de San Martín, en un momento en el que lo necesitábamos demasiado, o al menos yo, se encontró con su amigo Manuel de Belgrano que había ido con su Fiat 600. Así que nos apretamos en ese cubículo y contentos, le dimos duro y parejo en la vuelta a casa.

FIN