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Vivo con un fantasma

Por Candela Fabroni candelafabroni@gmail.com 

Vivo con un fantasma. Se instaló en mi casa hace algo así como una semana. Desaparece cada vez que me doy cuenta de que está ahí, donde no lo veía, y me doy vuelta y ahí desaparece. Todavía no sé qué quiere, qué le falta o por qué vino conmigo, de todas las casas posibles. No sé si hay una agencia de fantasmas y ahí les asignan un lugar al que ir a vivir, o a esconderse, o a buscar eso que no encuentran. Podría llamarse Destino, la agencia, así con doblete de sentido. Estaría bueno, les podría escribir, si mi fantasma me diera bola y me contara cosas. Pero no, se esconde. A veces lo siento triste, a veces sólo volado, colgado. Se cuelga mi fantasma. Últimamente me la paso escuchando música y me entretengo pensando si le gustará lo que puse, si iba más con este otro tema que pongo después, si prefiere Radiohead o Vicentico. El otro día, escuchamos una de Pixies y me parece que lo tuve más cerca que nunca.

Yo no sé cómo es eso de que te atraviese un fantasma, pero creo que me pasó. Estaba sentada en mi silla vieja, la que me rebota cuando me apoyo, leyendo para el oral de literatura del día siguiente, y de repente me atravesó. Así de la nada. Era tarde, re tarde. El oral era muy temprano. Estaba haciendo todo lo posible por concentrarme y dejarme llevar por una lectura medio tosca que, encima, tenía en pdf. Me acordé de algo, de golpe, de la nada, ni me acuerdo de qué. Fue menos de un segundo que me acordé y antes de poder darme cuenta de qué era eso que me había golpeado un nervio, todavía confundida, el fantasma agarra y me pasa desde la espalda, por la boca del estómago y hasta el cuello. No me dejaba respirar.

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Tipo 3 de la tarde me metí en Internet para ver qué anda diciendo la gente sobre mi tema del momento. No encontré mucho que no sonara cuasi lunático. Lo ausente de su presencia se hacía cada vez más fuerte y supuse que algo andaba mal. Según tengo entendido, estos bichos vendrían a representar algo sin resolver o eran alguien que no terminó de resolver algo o le deben algo a algo (por no decir “alguien”, que ya no sé ni con qué me estoy metiendo, con estos asuntos). No sentía la necesidad de saber, tampoco, cómo era el tema con este fantasma. Aunque, mientras me iba encariñando, mientras me hacía compañía, me empezó a intrigar un poco. Quizás estaba todo bien, pero le pifiaron con algún trámite y el ente quedó varado acá en casa. Por ahí estaba todo mal y mi bicho raro sufría y le dolía todo. Cuando pensaba que se estaba sintiendo mal, me dolía a mí también.

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Quería saber, no me daba lo mismo. Dio lo mismo por un rato, pero ya no, era insostenible la indiferencia superficial. Superficie faltaba, eso seguro. Pero se puso intenso. Parecía enojado, cuando revoleaba las cortinas del living, pero todavía no me dejaba verlo, no hablaba, sólo hacía ruidos. Lo escuchaba con lo crocante del movimiento de las plantas de hoja grande, con el viento de otra estación, con el traqueteo de la madera del piso. Me daba cuenta de que estaba ahí, pero ya no me daba vuelta para intentar verlo, nos entendíamos ahora y lo dejaba ver cómo yo hacía mi vida, las cosas de todos los días. Justo en esa época no estaba saliendo mucho, sólo para hacer las compras o juntarme a mirar una serie con alguien. Entonces disfrutaba de la falsa respiración, a veces muda, de mi amigo. Una vez hasta me pareció que se dejó creer ser visto, cuando limpiaba el espejo del baño. Un chusma.

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“Encuentros cercanos del tercer tipo” hubiéramos dicho con mi vieja, si le hubiera contado (en chiste, porque la película es sobre extraterrestres, nada que ver). Pero ni de encuentro se trataba: la nuestra es historia de desencuentro. Nos sonreíamos. Supongo, bah, yo sé que le sonreía, cuando daba vueltas por ahí, y él no parecía irse.

Si espantara mosquitos, estaría bárbaro: el paquete completo. Tengo ahí, llegando al techo de mi cuarto, unas arañitas muertas de hambre que se instalaron, pero no me agarran ni medio bicho. Mientras se queden quietas ahí, que se queden, pienso yo.

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¿Será alguien? ¿Tendrá recuerdos, memoria, errores pasados para sobrepensar? ¿Tendrá la imagen vívida de gente sonriéndole, de alguna vez? O quizás sea una especie de concentración de aire, de materia, que sólo se reúne en honor a lo inconcluso de una vida, a lo molesto, la molestia. Pica, da frío, escalofrío, vergüenza, pero no angustia, pero no miedo. Es una imagen recurrente la de “tengo un fantasma en casa”, pero la gente que dice que lo vio está completamente loca.

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Escuchamos Cake, gritamos Cake. A veces queremos algo que falta y no sabemos qué y nos tiramos a mirar el techo; por lo menos yo me tiro, él no sé muy bien qué haría, pero está ahí conmigo. Aprendió a salir de casa y a acompañarme por algunas cuadras. Hay calles que le gustan más y otras menos, así que cuando salgo a pasear me aseguro de hacer esos recorridos lindos que entiendo que prefiere. Otros le dan miedo.

Yo tengo ganas de irme de vacaciones, pero no lo quiero dejar solo. Tampoco que tenga tantas ganas que digo “bueno, le pido a alguien que venga a regar las plantas y hacerle un mimo, que haya gente moviéndose por la casa”.
Estamos viendo cómo se consume una vela aromática que supone remitir a madera de árbol y huele horrible. Y bueno, después de eso, vemos. Iremos viendo, sin vernos, sin necesitarlo, desencontrados.