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«El Golem» de Jorge Luis Borges y la creación de la palabra

19 julio, 2021

Analizamos  la relación entre las palabras y las cosas en el poema “El Golem” de Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo, o simplemente Borges. Escrito en el año 1958 y publicado en su libro “El otro, el mismo» reflexionamos sobre este poema con el fin de homenajear a su autor, ya que en este mes se cumplen 122 años de su nacimiento.

«Si (como afirma el griego en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa
en las letras de ‘rosa’ está la rosa
y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo’ «

 

El poema hace referencia a una vieja leyenda de la cábala judía. Los cabalistas sostenían que si la creación fue hecha por las palabras divinas “Hágase la luz” (Génesis 1:3), la palabra puede crear; además si la Biblia es palabra de Dios es un libro absoluto y nada en él puede ser casual. San Juan, ya cristiano y evangelista, siguiendo esta vieja tradición nos dirá que “Al principio era el Verbo” (Juan 1:1), siendo “Verbo” la traducción tradicional en este pasaje del término griego “Logos”, que también significa “razón”, de donde deriva la palabra “lógica”; el mundo es lógico porque fue creado por la palabra y esa razón que rige todo es en última instancia Cristo y Dios, según San Juan.

El Golem es parte de esta interesante tradición judía. Se trata de una criatura que el hombre puede hacer con barro, como Dios hizo con Adán (nombre que etimológicamente significa “hecho de barro”) y que a partir de unas ciertas palabras mágicas, cobra vida. Para realizar este prodigio necesitamos averiguar alguno de los nombres secretos de Dios, o más fácil todavía, usar simplemente la palabra hebrea EMET, que significa «verdad», escrita en su frente. Según esta versión de la leyenda, para quitar la vida otorgada a la criatura, solo basta con borrar la primera letra de EMET, lo que dejaba escrito la palabra “muerte”. El Golem es una advertencia, un deseo latente o simplemente un reconocimiento metafórico de que el hombre como imagen de Dios es también un creador y que su capacidad creadora no parecer conocer sus propios límites.

Borges se basó para su poema en la novela “El Golem” de Gutav Meyrink, la cual se encuentra inspirada en la leyenda de Judah Loew Ben Bezalel, un conocido rabino del siglo XVI que se dice, creó al Golem para defender el gueto de Praga de los ataques antisemitas de su época. La creación de vida por parte del hombre es un tópico común: los homúnculos de Paracelso, los complejos autómatas medievales, el Frankenstein de Mary Shelley o el Pinocho de Lorenzini, pero también los actuales sueños informáticos de una posible inteligencia artificial. El Golem es una vieja versión de una más vieja aspiración humana. El avance incesante de nuestra capacidad técnica, de nuestra capacidad de crear, nos sugiere este caso extremo: creación de creadores, creación de vida, cabe preguntarnos entonces: ¿La oveja Dolly era un Golem?

“El poema hace referencia a una vieja leyenda de la cábala judía. Los cabalistas sostenían que si la creación fue hecha por las palabras divinas “Hágase la luz” (Génesis 1:3) la palabra puede crear…”

Para la tradición judía, el ser creado nunca puede llegar a ser más que una sombra de aquél que lo creó, una imagen, y en este caso, una imagen de una imagen: todo Golem carece de alma. Si se le ordena llevar a cabo una tarea, la llevará a cabo de un modo sistemático y literal; no hay metáfora allí.

Se cuenta que la esposa del rabino Lowel le pidió al Golem que fuera «al río a sacar agua»; la criatura obedeció, fue al río y comenzó a sacar agua sin parar, hasta que terminó por inundar la ciudad. La pregunta es si toda criatura solo puede aspirar a ser una imagen de su creador; si de poder crear vida, necesariamente esa vida será peor, más imperfecta. Tal vez sea solo un prejuicio religioso. A fines de prevenir el sacrilegio, conviene pensar que la criatura únicamente puede llegar ser una imagen porqué sino, la alta altura de Dios puede que no sea tan alta. Además valdría preguntarnos seriamente, si todo hombre tiene alma y si no hay hombres de carne y hueso que solo obedecen sin cuestionar, como meros Golems.

Todas estas versiones religiosas, literarias y científicas, del hombre creador de vida, nos hablan en verdad de un tabú o de una advertencia. Por lo regular, en estas historias todo resulta mal para el creador. La moraleja judía (según Borges todos en occidente somos judíos y griegos) es que debe haber un límite a lo que podemos hacer; aun cuando sepamos ir más allá, no deberíamos hacerlo. Hay límites que solo Dios debería poder traspasar.

En la poesía, se menciona el diálogo «El Crátilo» de Platón, el cual  tiene por objeto el problema del lenguaje y su relación con las cosas a las que refiere. Es un problema filosófico de muy larga data que atravesará la llamada “disputa de los universales” en la Edad Media, llegando al “giro lingüístico” en la actualidad. En el diálogo aparecen dos posturas que serán más o menos las mismas en todas las versiones de esta disputa: la de Crátilo que sostiene que existe una denominación propia y natural para cada uno de los seres, es decir que no hay nada azaroso en la forma en que se nombra una cosa, sino que ese nombre corresponde a la naturaleza de lo nombrado; la segunda postura, sostenida por Hermógenes, según la cual el nombre propio resulta de la convención o del acuerdo entre los miembros de una comunidad y nada más. Sócrates, acostumbrado a darle más realidad a los conceptos que a las cosas, estará de parte de Crátilo, razonando que si un discurso puede ser universalmente verdadero, también lo serán sus elementos componentes más simples, los nombres. Podemos alegar que Sócrates no distingue el nombre de su significado y de la cosa que significa; tendrán que pasar 15 siglos más o menos para llegar a esa conclusión.

De ser cierto el argumento de Crátilo implicaría que más allá de toda diferencia de idioma, existe un lenguaje verdadero y único, aunque nadie lo haya hablado nunca. Nos recuerda a la situación anterior a la construcción vanidosa de la gran Torre de Babel. En el Génesis 2:20, se nos dice que el propio Adán le puso nombre a todas las cosas.

En la poesía de Borges se puede leer:«el golem es al rabino que lo creó, lo que el hombre es a Dios; y es también, lo que el poema es al poeta». Esa es otra faceta de esta leyenda. El escritor crea un universo, como un dios particular y lo recrea cada conciencia lectora. La obra cobra vida propia.

«

La palabra no es solo un sonido…

Desde Freud que las palabras tienen un estatus particular en la vida de los sujetos, es el medio primordial de la actividad de un analista; el paciente trae palabras para intentar expresar su padecer, es a través de ellas que se piensa un tratamiento posible; de este modo la palabra podría pensarse como una herramienta terapéutica, como el instrumento esencial para inventar una solución singular. Para Freud la palabra posee un poder mágico que hace referencia al “ensalmo” de los médicos tribales, al conjunto de oraciones y prácticas curativas que los curanderos realizan para sanar a los enfermos. Lacan explica que la palabra “pide” una respuesta; para él, el mismo inconsciente está estructurado como un lenguaje.

 

Dejamos el link para leer la poesía completa.  

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