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CURA-MALAL: Educación y Ejército bajo la ley 1.420

Por Rodrigo Salinas

4 junio, 2023

 

Rodrigo Salinas nos cuenta sobre los inicios de la ley de educación pública 1420 y su relación con la cultura militarista de la época, la difusión del nacionalismo en la construcción del ciudadano, en los albores del surgimiento del Estado Nación.

 

“Llame a las armas a los que están siempre prontos a acudir al puesto que les señala el honor y el deber, en defensa de la patria, del progreso y la honra nacional” (…) “Es que cada día que pasa, el patriotismo previsor va ganando terreno en las ánimas (…)»  [1]Frase extraída de un artículo periodístico del diario “La Nación”, 20 de abril de 1896..

 

Los presidentes que gobernaron en la Argentina durante la llamada “República Conservadora” (1880-1916) se manifestaron partidarios de afianzar la unidad nacional, principal medio para alcanzar esa grandeza y fortaleza que admiraban en las grandes potencias europeas como Alemania, que gracias a su rápida unificación en 1871 se había convertido en el nuevo modelo de “Nación- Potencia”, y que consideraban el resultado no sólo de su riqueza económica y de su civilización-basadas en instituciones liberales- sino fundamentalmente de su fuerza militar. En este sentido, la sanción de la “Ley 1.420”, el 8 de julio de 1884, que instauró en nuestro país la enseñanza básica, común, obligatoria y laica en nuestro país, se planteaba la necesidad imperiosa de “formar al ciudadano” y brindar una educación nacional a las nuevas generaciones, sobre para los hijos de inmigrantes que arribaban al Cono Sur en búsqueda de un futuro más promisorio, haciendo posible de esta forma el “sueño sarmientino” de un proyecto de educación masivo que permitiera contrarrestar drásticamente los altos índices de analfabetismo, disciplinar e integrar consensualmente a los sectores populares y funcionar como una instancia de legitimación y formación política para las élites. De este modo, la Escuela  se convirtió a fines del siglo XIX, en una de las herramientas esenciales del poder del Estado en sus esfuerzos por construir las identidades nacionales y funcionar como un ámbito de estandarización cultural. La enseñanza y la celebración ritual del pasado nacional asumieron por entonces un sentido político muy preciso: dotar de legitimidad a la Nación que se estaba construyendo y al orden que en ella reinaba, entendiendo que de tal modo contribuía a legitimar su existencia ante los ojos de aquellos sectores sociales subalternos que comenzaban a ser integrados en el doble rol de “ejemplares ciudadanos” y “buenos patriotas”. 

 

La élite dirigente, cuyo poder residía en la figura del Gral. Julio A. Roca, consideraba a la formación militar como un aspecto central del Estado en la construcción y afirmación del sentimiento de nacionalidad. Dicho sector estaba integrado por hombres vinculados al Ejército Argentino y a los clubes e instituciones deportivas de mayor renombre de la época como Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires (GEBA) y el Tiro Federal

LA CREACIÓN DE LAS “ESCUELAS NORMALES”

La escuela pública se desarrolló y expandió por nuestro país con el firme propósito de “argentinizar” una población heterogénea compuesta por gente de habla castellana y extranjera en partes iguales, con el fin de obtener un tipo de “hombre nuevo”, mas parecido al habitante de la ciudad, despojado de idiosincrasias, modismos y costumbres de sus familias, regiones y/ o países de procedencia. La estrategia que propuso el líder sanjuanino para llevar a cabo la escolarización de los hijos de inmigrantes europeos fue la creación de un sistema educativo formalizado que combinara elementos provenientes de los modelos estadounidense y francés, posibilitando que la Escuela se convirtiera en un elemento homogeneizador de la población, especialmente a través de la fundación y expansión de las “Escuelas Normales” por todo el territorio argentino- cuyo modelo provenía de la Escuela Normal de Paraná, fundada en la capital entrerriana el 13 de junio de 1870- y el diseño de los programas nacionales, que incluían los conocimientos básicos a impartir en las diferentes instituciones educativas, con una fuerte identidad anclada en las ideas positivistas propias de la época y con una organización interna constituida por un “Curso Normal” y una “Escuela Modelo de Aplicación” que, además de impartir educación primaria, sirviera como ámbito de formación de maestras y de práctica de los métodos pedagógicos. 

En este sentido, el proyecto civilizador de la Escuela decimonónica daba un contenido específico a la misión del maestro primario: la lucha contra la ignorancia. Así lo expresaba el pedagogo Joaquín V. González cuando aseveraba que: “La instrucción gratuita y obligatoria es simplemente cuestión de defensa nacional. Es necesario extinguir la ignorancia, este manantial de desorden que amenaza nuestro porvenir. Si no queréis obligar a todos los padres a instruir a sus hijos, preparaos a ensanchar nuestras cárceles (…)»[2]González, Joaquín Víctor. En “La Educación”, año 1, Nº 11, julio de 1886.. Estos “especialistas de la infancia” altamente especializados (dotados de tecnologías específicas y elaborados códigos teóricos, capaces de garantizar la homogeneidad y la eficacia de los procesos educativos), llevaron a cabo las funciones de modelado de la nueva configuración social, bajo un estricto control estatal y científico en el campo pedagógico. Para ello, era necesario forjar en el magisterio ciertas cualidades personales que garantizaran la consecución de una tarea moralizadora que reconociera por lo menos tres aspectos: primero, formar en las “buenas costumbres”, en el sentido de civilizar, regenerar, inculcar pautas de comportamiento social y disciplinar a una población que se consideraba “desajustada”, en relación con un modelo de sociedad deseado para el futuro, es decir: “ hacer adquirir hábitos buenos y reprimir los malos debiera ser el primer trabajo del maestro de escuela, crear en los alumnos hábitos virtuosos y modalidades propias de una persona bien educada(…)” [3]Diker, Gabriela y Teregi, Flavia; “La formación docente en la historia”. En “La Formación de maestros y profesores”. Hojas de ruta, Editorial Paidós- cuestiones de educación, 1997, p. 40.. Segundo, contrarrestar las influencias nocivas de la socialización de los niños en un medio familiar, en su mayor parte no instruido o de origen extranjero ( téngase en cuenta que cuando fue realizado el Censo Municipal de 1887, cuatro de cada diez italianos y uno de cada cinco españoles mayores de ocho años de edad no sabían ni leer ni escribir) y, finalmente, integrar a la población y garantizar la aceptación del nuevo orden político, social y económico, en dirección a obtener “orden y progreso”

 

La Escuela Normal de Paraná- fundada en 1870 en la esquina de las calles corrientes y Urquiza frente al Palacio Municipal- fue la primera de tantas otras escuelas construidas a lo largo y ancho de todo el  territorio argentino, cuya misión era “formar al ciudadano”.
LAS CONFERENCIAS PEDAGÓGICAS Y LOS PROGRAMAS NACIONALES

Entre las décadas de 1880 y 1890, el Consejo Nacional de Educación organizó numerosas “Conferencias Pedagógicas”, especialmente en la Capital Federal, donde los docentes participaron activamente e hicieron sentir sus necesidades. En 1894, se reconoció de forma oficial que “las ideas que resultasen dominantes en la asamblea pedagógica servirían para fijar inmediatamente el rumbo a las tareas individuales de los maestros”. Por su parte, según el Consejo, “el cuerpo docente se encontraba llamado por primera vez a intervenir en la organización y dirección de la escuela, y el consejo, al reconocer y honrar así la preparación de los maestros, asesorándose de ellos, aseguraba así su concurso y lo ponía sin reservas al servicio de la educación común (…)” [4]Informe del CNE al Ministro de Instrucción Pública, correspondiente a 1894-1895, Buenos Aires, 1896, p.125.. Por otro lado, estaban las llamadas “Conferencias Didácticas”, las cuales tenían como objetivo el perfeccionamiento de los docentes y el mejoramiento de la calidad de la enseñanza. En cambio, las “Conferencias Doctrinales”- de exposición de un tema general o línea político-educacional- tenían el propósito de conocer la opinión del cuerpo docente y obtener un pronunciamiento que permitiera luego su instrumentación en las escuelas. Este pronunciamiento se alcanzaba por votación de los maestros reunidos en asamblea y respaldaba y legitimaba medidas que luego ponía en vigor el Consejo.
El Estado nacional diseñó además los llamados “programas nacionales” que incluían los contenidos esenciales y específicos que debían transmitirse en las Escuelas. De acuerdo a la historiadora Lilia Ana Bertoni [5]Bertoni, Lilia Ana; “Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas”. La construcción de la nacionalidad argentina a fines del siglo XIX”, Fondo de Cultura Económica, Buenos aires, 2003, P. 73., dichos programas incluían una instrucción sistematizada de la historia patriótica (plasmada en la confección de manuales escolares, la celebración de las fiestas nacionales entorno al 25 de Mayo y el 9 de Julio, el culto por los sagrados símbolos nacionales, la exaltación de los héroes- cuya figura máxima era la del Libertador General San Martín-, la inauguración de monumentos públicos y estatuas, la apertura de museos históricos y el establecimiento del Servicio Militar Obligatorio a través de la creación de los “batallones escolares” para la participación en exhibiciones y desfiles públicos), orientados hacia la implementación de una educación nacionalizadora que permitiera homogeneizar las conciencias infantiles en una lealtad cívica, contrarrestando así la heterogeneidad que caracterizaba a las escuelas comunitarias de antaño. Esta tendencia se profundizó con el nombramiento del Dr. José Ramos Mejía al frente del Consejo Nacional de Educación en 1908. Según este autor, el nuevo sistema educativo se convertiría en el “plasma germinativo” en el cual se les hablaba a los alumnos de “la patria, la bandera, de las glorias nacionales y de los episodios heroicos de la historia. Oyen el himno y lo cantan y recitan con ceño y ardores de cómica epopeya, lo comentan a su modo con hechicera ingenuidad, y en su verba accionada demuestran cómo es de propicia la edad para echar la semilla de tan notable sentimiento (…)” [6]Terán, O; ídem, p. 24.. El objetivo de este programa de acción era que la segunda generación del inmigrante, “la mas genuina de su medio” [7]Ramos Mejía, José María; “Las multitudes argentinas” (1899), Editorial Tor, Buenos Aires, 1966, p. 192. se transformara en la depositaria del sentimiento de nacionalidad.

LA FORMACIÓN DE LOS CUADROS MILITARES

La élite dirigente, cuyo poder residía en la figura del Gral. Julio A. Roca, consideraba a la formación militar como un aspecto central del Estado en la construcción y afirmación del sentimiento de nacionalidad. Dicho sector estaba integrado por hombres vinculados al Ejército Argentino y a los clubes e instituciones deportivas de mayor renombre de la época como “Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires” (GEBA) y el “Tiro Federal”. Según la historiadora Lilia Ana Bertoni, su importancia se fundamentaba en la contribución de un “cuerpo sano y vigoroso” para el desarrollo integral del individuo y, a la vez, para la capacitación y adiestramiento de los ciudadanos [8]hombres argentinos mayores de edad, sin distinciones sociales y con el goce pleno de sus derechos civiles y políticos) en la defensa de la Patria. Como se carecía de una tradición en la … Continue reading, cuyos medios propios fueron las repeticiones frecuentes, la subordinación y continuidad de la ejercitación para obtener el automatismo necesario de los movimientos y evoluciones, convirtiendo al individuo en un sujeto pasivo y obediente de la voz de mando.

Grupo de oficiales, clases y soldados del Regimiento de Lanceros de la primera Brigada de la Guardia Nacional en Cura-Malal. Foto extraída del libro “Los primeros conscriptos”, 1897, Argentina.
Batallones de escolares, formación militar. Circa 1889. Fototeca Benito Panunzi. Biblioteca Nacional.
LA POLITÍCA DE LA “CIUDADANÍA EN ARMAS”

El clima militarista que se vivía en las altas cúpulas del Ejército en las ultimas décadas del siglo XIX – heredado de la era de la “paz armada” europea- sumado a la insurrección cívico-militar comandada por Leandro N. Alem y otros miembros de la Unión Cívica Radical (UCR) el 26 de junio de 1890- la cual recibió el nombre de “Revolución del Parque” y cuyo epicentro tuvo lugar en la Plaza Lavalle de Buenos Aires, que llevó al fin del gobierno de Miguel Juárez Celman y su reemplazo por el vicepresidente Carlos Pellegrini; los numerosos conflictos limítrofes[9]Bertoni, Lilia Ana, ídem,  p. 36. por la demarcación acordada con Chile y la posibilidad de guerra con la nación vecina[10]Bertoni, Lilia Ana; ídem, p. 36., dieron cada vez más fuerza a posturas que argumentaban a favor de la existencia de un cuerpo militar profesional, eficaz y acompañado por una ciudadanía fuertemente entrenada en el terreno de las armas. 

En este sentido, los lazos que ligarían a los individuos entre sí debían asentarse en una moral patriótica que garantizara su actitud de entrega a la Nación, para la defensa de la Patria frente a cualquier agente enemigo- fueran estos internos como externos- y que pusieran en peligro la seguridad del país, se convirtió en una demanda fundamental para los políticos de la “Generación de 1880”, superior a la de los intereses individuales. Por lo tanto, estar enrolado conllevaba la obligación de estar dispuesto y preparado para empuñar las armas cuando fuera convocado por las autoridades militares. En función de ello, los ciudadanos debían participar de los llamados “ejercicios doctrinales”, que consistían en reuniones de periodicidad variable citadas públicamente mediante decretos gubernamentales. Este hecho quedó resumido en la famosa frase “Todo ciudadano es Guardia Nacional”. Dicha entrega, incitada por una creciente mística patriótica, no sólo teñía las actividades de los cuerpos militares, sino también de algunas instituciones ligadas a ellos,  como el “Gimnasio Sthenojeno Patriótico Argentino”, fundado en la Capital Federal en 1893, cuyas prácticas físicas o deportivas pudieran relacionarse, aunque fuera indirectamente, con la formación de los potenciales “ciudadanos-soldados”.

LA CREACIÓN DE LA GUARDIA NACIONAL Y LA PRIMERA CONSCRIPCIÓN

El artículo 21 de la Constitución Nacional estableció, a partir de 1892,  la obligación ciudadana de “armarse en defensa de la patria”, es decir, de la Nación, pero también de la República y sus leyes. Estos principios y valores se proyectaron al decreto fundacional de la Guardia Nacional y se difundieron ampliamente a través de rituales, actos conmemorativos y discursos a lo largo de toda la geografía nacional. Si bien por ley constituía una reserva del Ejército de línea y dependía del mismo comando supremo, la Guardia Nacional heredó muchas de las características localistas de las milicias y su organización quedó en manos de las provincias del Interior, favoreciendo la descentralización del control militar. Así, el 22 de noviembre de 1895, el gobierno nacional a cargo del presidente José Evaristo Uriburu dispuso a través de la sanción de la Ley Nº 3.318 que se incluyeran en sus filas a todos los hombres argentinos mayores de veinte años de edad, sumando a ellos los contingentes provenientes de otros puntos del territorio nacional[11]Según una nota del diario “La Nación” del 20 de abril de 1896 titulada “La Guardia Nacional de 20 años”, los jóvenes conscriptos fueron aproximadamente unos 24.000 varones mayores de 20 … Continue reading, cuyos entrenamientos se realizarían a partir del año siguiente en el campamento militar montado en la localidad bonaerense de Cura-Malal- ubicada en el Partido de General Suárez y a unos 570 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires- al mando de Gral. Luis María Campos y del Coronel Victoriano Rodríguez. 

1896- DESFILE MILITAR EN LA AVENIDA DE MAYO

El 4 de junio de 1896, la Guardia Nacional realizó su primer desfile de exhibición sobre la Avenida de Mayo. Ese día la secretaría de redacción del diario “La Prensa” organizó una recepción triunfal para celebrar el regreso de este cuerpo militar a la Capital Federal, como quedó reflejado en una de sus publicaciones, cuando el aquel periódico aseveraba que “Ese homenaje que este diario se complace en rendir al soldado- ciudadano, es consagrado a la Guardia Nacional de toda la República personificada para el pueblo de esta capital en la bizarra división Buenos Aires, comandada por el General Campos(….)”[12]Diario “La Prensa”, 4 de junio de 1896.. Posteriormente, en “Homenaje a la primera movilización de conscriptos”, publicada por el Círculo Militar en 1936, se deja entrever el fervor patriótico de la población que asistió al desfile de gala pero, además, refleja la coreografía ejecutada por el propio Estado Nacional en cuanto a la construcción del sentimiento de nacionalidad, expresando que “En la Avenida de Mayo, la muchedumbre hace una ovación al Ministro de Guerra (Gral. Pablo Ricchieri). Este se levanta sobre los estribos, extiende la diestra armada de su glorioso acero y exclama, señalando la vieja, sagrada bandera de un cuerpo de línea que pasa: “No es a mí a quien debe saludarse, es a Esa!”. El pueblo estalla entonces en largo aplauso que crece y se pierde a lo lejos, en la triunfal explosión del alma nacional (…)”[13]“Homenaje a la primera movilización de conscriptos en su 40º aniversario, 1896-1936”, D. Cersósimo, Buenos Aires, 1936.. Cabe destacarse, además, que el trayecto que recorrieron las tropas fue decorado con banderas, se colocaron palcos en el centro del camino, flores y un “arco de honor” que abarcaba la anchura de la primera avenida porteña, dejando libres las veredas, como lo exigían las reglas arquitectónicas de la época, con un armazón de madera y revestido de tela pintada con decoraciones alegóricas)[14] Diario “La Nación”, 5 de junio de 1896., quedando los gastos del evento a cargo del “Club del Progreso”, el “Club del Plata” y el “Círculo de Armas”, de acuerdo con las disposiciones del Estado Mayor del Ejército. 

 

 

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