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¿Es necesario el Estado? El señor de las moscas o la actualidad de la filosofía contractualista.

Por Julián Cao

22 agosto, 2023

 

¿Es necesario el Estado para la vida individual? ¿Es el hombre naturalmente bueno o naturalmente malo? De esto trata la película “El señor de las moscas” dirigida por Harry Hook en 1990 basada en la novela de William Golding. A continuación les ofrecemos un análisis del tema desde la filosofía contractualista.

 

El argumento es el siguiente: un avión que lleva a casa a unos cadetes de una escuela militar, sufre una avería y cae en el océano cerca de una isla desierta. Los jóvenes supervivientes de aproximadamente 12 años, llegan a duras penas a la isla, llevando con ellos al piloto muy mal herido. Se encuentran solos, sin comida, ni ropa para usar, deciden por tanto organizarse para subsistir, estableciendo unas normas mínimas de convivencia y un reparto de tareas. Pero uno de los niños decide romper este pacto motivado por sus ansias de cazar un jabalí, lo que acaba por generar una serie de consecuencias insospechadas y trágicas.
No voy a hacer más spoilers porque lo que me interesa señalar es la pregunta a que nos empuja la película y el método que usa para contestarla, más allá de la respuesta que propone. La cuestión es la naturaleza del hombre en sociedad. El método es suponer una situación anómala, donde no haya instituciones constituidas, ni ninguna otra autoridad. Esta obra de arte resulta en una muy interesante reflexión sobre un problema fundamental en el pensamiento político moderno.
Durante la época medieval la teoría política, como todo resultado del pensamiento, se mantuvo en estrecha conexión con la teología. Las disputas rondaban mayormente en torno a la forma en que la soberanía divina se traducía en términos terrenales: cuál era el rol del Papa y cuál el del Emperador. En la modernidad comienza un pensamiento político que busca fundamentar la existencia de la autoridad en otras bases. Tal como Descartes había encontrado el fundamento de todo conocimiento en la autoconciencia del sujeto, es también en el sujeto donde se buscará el fundamento de todo orden político. En el siglo XVII, Thomas Hobbes, filósofo ingles, escribe “El Leviatán” e inicia la corriente de pensamiento del contractualismo, base de la fisosofía política de la modernidad occidental.

“El contractualismo ha servido para legitimar la monarquía, pero también la democracia y el liberalismo en el caso de John Locke, y más aún, para justificar a la vez todas las propuestas revolucionarias que buscan superar el orden actualmente estatuido, cuyos orígenes pueden rastrearse, por diversos caminos, al pensamiento de Jean Jacques Rousseau.”

Hobbes aporta algunas ideas que serán comunes a todos los miembros de esta corriente: partirá de lo empírico, del Estado actualmente existente, para llegar por deducción a sus bases. Para este autor, el Estado Civil no responde a una necesidad natural en el hombre sino que es un producto artificial. Básicamente todo contractualista postula la existencia hipotética de un Estado de Naturaleza, una situación primigenia donde no existiría la sociedad, en la cual el individuo, que no le debe fidelidad a nada, ni a nadie, sería por ello libre. Posteriormente y por diversos motivos, que varían según el autor, surgiría la necesidad de realizar un contrato o pacto entre todos los individuos aislados a partir del cual surgiría la sociedad civil como tal. Importante es entender que Hobbes no necesita demostrar la existencia real de un Estado de Naturaleza. De hecho es muy cuestionable que exista una instancia pre-social en el hombre[1]A los fines de este artículo, no es necesario meternos con el cuestionamiento al «individualismo metodológico» que subyace a su pensamiento. Esta forma de concebir la sociedad reduce lo social a … Continue reading. Pero en todo caso su análisis no es histórico, sino lógico: parte del Estado actual y busca las causas que debemos suponer para su constitución. Lo que se logra con esto, más que una explicación del surgimiento de la institución estatal, es más bien su justificación (o en otros autores su crítica[2]El hecho de que el contractualismo sea una teoría de la legitimidad y no del origen del Estado es lo que le asegura su actualidad. En 1971 el filósofo estadounidense John Ralws volvió a … Continue reading. Consideremos que Hobbes vive en una época de guerra civil, específicamente en medio de la revolución inglesa, donde la monarquía empieza a ser cuestionada y su intención es encontrar el motivo lógico por el cual mantener dicho sistema social.
En el Estado de Naturaleza hobbesiano, todos los hombres somos relativamente iguales, dado que ninguno puede destacarse lo suficiente como para someter a todos los demás: algunos son más fuertes, otros más rápidos, otros más inteligentes, esto explica el hecho de que la autoridad no sea natural, como la del lobo sobre las ovejas, sino que todo hombre particular es el lobo de toda la humanidad, todos somos iguales ante todos los demás. Por esa misma igualdad, deseamos más o menos lo mismo: mantener y acrecentar posesiones y obtener gloria. Esta coincidencia en los deseos egoistas nos pone en una situación de virtual guerra de todos contra todos. El temor y el miedo así como la búsqueda de salir de esta situación incómoda, nos llevan a instituir un pacto. La cuestión es cómo confiamos en que un lobo cumpla con la palabra de no mordernos. La «razón» para Hobbes no cumple ningún rol importante en nuestro comportamiento, el hombre se encuentra principalmente sometido a sus pasiones, a sus deseos, como cualquier otro animal y no se puede confiar en que los demás hombres, iguales a mí, refrenen sus impulsos por mera conveniencia racional[3]En esto se muestra la vieja concepción moral platónica según la cual, el bien proviene de la razón y el mal de la pasión, que en Hobbes se asocia principalmente a la existencia de un egoísmo … Continue reading.

Lo que se hace necesario para mantener al hombre-lobo a raya, es el miedo al castigo, y esto se logra instituyendo un amo, un soberano que se encuentre fuera del contrato y que lo haga cumplir. El rey puede cometer cualquier delito (dado que solo hay justicia si hay ley, y sólo hay ley si hay pacto y el rey no pacta con nadie) pero lo único que debe sí o sí hacer es obligar a sus súbditos a cumplir el contrato; si no lo hace, entonces la revolución es justificada, volvemos al Estado de Naturaleza y todo vuelve a empezar.

Básicamente el pacto estaría sustentado en someterse todos a la misma persona y que esa sea la que imparta justicia. El resultado final del pacto hobbesiano es la necesidad de la monarquía, lo que resulta curioso, siendo que Hobbes inicia el pensamiento político moderno, junto con Maquiavelo, y lo hace justificando un orden medieval. El contractualismo ha servido para legitimar la monarquía, pero también la democracia y el liberalismo en el caso de John Locke, y más aún, para justificar a la vez todas las propuestas revolucionarias que buscan superar el orden actualmente estatuido, cuyos orígenes pueden rastrearse, por diversos caminos, al pensamiento de Jean Jacques Rousseau.
La postura de Rousseau siendo contractualista es radicalmente opuesta a la de Hobbes. Para el autor suizo, el hombre posee una natural tendencia benigna y por el contrario, es el pacto aquello que lo pervierte. Lo que Rousseau le critica a Hobbes y lo que representa uno de sus mayores aportes a esta discusión es la vieja distinción entre “necesidades naturales” y “necesidades adquiridas”. Nadie podría asegurar que sin un celular inteligente no se pueda vivir…y sin embargo parecería que estamos encaminados a eso. El hombre tiene la necesidad natural de beber cuando siente sed, pero lo que “quiere” es una bebida de cola o una cerveza bien helada. En el Estado de Naturaleza para Rousseau, el buen salvaje tiene pocas necesidades, pocos deseos, pocas enfermedades. No se empacha de comida, ni se muere de hambre, come lo justo para saciarse. No cumple horarios laborales, ni trabaja más allá de lo que requiere. Duerme cuando está cansado y todo el tiempo que necesite hacerlo. Pero no es una situación que se mantenga por mucho tiempo. El hombre se une a otros hombres motivado por las catástrofes naturales, para lograr seguridad en un mundo hostil; con esta unión se produce el surgimiento de la agricultura, del excedente económico, y posteriormente, del tiempo de ocio. En este contexto, de exceso de tiempo libre, se da la invención de nuevas comodidades, que junto con la propiedad privada, producen el surgimiento de nuevos deseos; principalmente la necesidad ilusoria de bienes espirituales, de fama, de reconocimiento, que se ven asociados a la «buena» ropa, a la «buena» imagen, a los artículos de lujo (a los «lindos» autos).

Es justo en este momento del desarrollo social humano en que aparece el pacto. Pero este pacto para Rousseau no es legítimo.

Debemos hacer hincapié en que este primer Contrato Social para Rosseau no surge de un acuerdo, sino de un engaño. El rico propone unirse con los pobres, para evitar que todos los otros (pobres) nos quiten lo que hemos logrado. En el pacto se usa el miedo de perder lo poco que se tiene para defender lo mucho que tiene el otro (aquel que nos propone el pacto). El resultado es el tiempo en que vive Rousseau (o también el tiempo que vivimos nosotros). La propuesta a futuro no es un regreso al pasado idilico o el abandono de las comodidades de la tecnología. La solución es un nuevo pacto, un nuevo Contrato Social, donde en lugar de someternos politicamente o económicamente a otros hombres, seamos realmente libres obedeciéndonos solo a nosotros mismos. En este nuevo Contrato Social, «el verdadero», no estaremos dominados por ningún hombre en particular, sólo obedecemos a la “voluntad general” que es el bien común y que incluye por tanto nuestro propio bien personal[4]Lo que implica también para nuestro autor el cuestinamiento a la propiedad privada y al privilegio de los ricos.

Uno puede objetarle a Rousseau que no siempre lo que más nos conviene hacer individualmente es lo que resulta mejor para todos, a veces nos conviene más bien hacer lo mejor para nosotros sin importarnos los demás. Pero lo que no podemos negar es que si hacemos lo que nos conviene a todos, también hacemos lo que nos conviene a nosotros, aunque no sea lo que más nos convenga. No es la «lucha de todos contra todos» lo que resulta de la caída del viejo Contrato, sino la lucha de uno consigo mismo por el bien de todos, es una lucha contra nuestro propio individualismo lo que caracteriza la propuesta (todavía) revolucionaria de Rousseau.

Como se ve la discusión viene de lejos pero sigue siendo actual. La reivindicación del egoísmo extremo y la critica a todo pacto social, a todo Estado, se encuentra en el individualismo salvaje de ciertas propuestas políticas de moda, que curiosamente parecen reinvindicar el Estado de Naturaleza hobbesiano. También la mayoría de las políticas de “mano dura” contra la delincuencia se sostienen en postulados del contractualismo de Hobbes: se considera que solo aumentando el miedo al castigo logramos asegurar el cumplimento del pacto. A su vez, el “garantismo” tiende a considerar que el hombre delinque impulsado por la influencia perniciosa de las malas condiciones socioeconómicas en las que le obliga a vivir una sociedad injusta. El problema sigue abierto.

 

 

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