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El tercer ojo

Por Luciana Torche

23 julio, 2023

 

Luciana Torche nos cuenta sobre cómo inició con el arte de la fotografía y cómo cambió su relación con la imagen y la forma de ver el mundo.

“No hacés fotografía sólo con la cámara, la hacés con todas las imágenes que has visto, con todos los libros que has leído, con toda la música que has escuchado, y con toda la gente a la que has amado”…
Ansel Adams [1]Ansel Adams (1902-1984) fue un fotógrafo estadounidense conocido por sus fotografías en blanco y negro de paisajes del parque nacional de Yosemite en Estado Unidos y por ser autor de numerosos … Continue reading

Empecé a sacar fotos con una cámara Kodak de rollo a los 11 años, en las vacaciones de verano que pasábamos en el campo de mi abuela materna; todavía recuerdo lo liviana que era para la época, y el disparador que era de metal y te hundía las yemas de los dedos de la mano al apretarlo. Ahí comenzó mi pasión por la fotografía, era como si cada instante quedara congelado para siempre, como si cada color tomara forma en el futuro, como si las personas quedarían detenidas en el tiempo. En esa época, las reuniones familiares maternas se hacían en el campo de mi abuela, era el lugar de reunir a la familia: hijos/hijas, nietos/nietas, esposos/esposas, amigos… No sé por qué sólo sacaba fotos a los familiares y personas, nunca al atardecer solitario en el campo, o a las espigas del trigo con su color amarillo que se extendía por el infinito hasta fundirse con el cielo azul.
Con el transcurso del tiempo, en el año 2008 llegó la tan esperada cámara digital, una Kodak que sacaba fotos y filmaba. Ahí empecé no sólo a sacar fotos sino también a filmar. Algo vi diferente, y ni siquiera tenía una resolución HD y tampoco era el último modelo, era un modelo más bien “viejo”, que estaba a un menor precio porque llegaban nuevas cámaras con nuevas tecnologías. El campo ya no estaba, tampoco mi abuela.
Comenzamos a ir más seguido a una playa cercana y a la sierras, haciendo el llamado “turismo gasolero” [2]Turismo gasolero es un término utilizado popularmente, para referirse a las personas que hacen turismo gastando poco dinero, por ejemplo: vuelven en el mismo día de playas o lugares a pocos … Continue reading. Fue en ese momento, en dónde empecé a sacar fotos al atardecer, al mar, a las montañas, a la ruta, fotos de paisajes, además de a las personas, claro; pero cuando sacaba las fotos al paisaje era algo distinto. También empecé a filmar, ahí volvió mi pasión por el cine, carrera que seguí por 6 meses y abandoné, por no tener las herramientas necesarias, como una filmadora o una computadora con programas específicos.
En el año 2020 vino la famosa pandemia, el COVID, la cercanía a la muerte, la enfermedad, la incertidumbre, las frases como: “La vida es corta”, “La vida es una sola”, “Estamos acá de paso por éste mundo”, “Hoy estamos y mañana no sabemos”, y en mi caso las preguntas: “¿Qué he hecho con mi vida?, ¿Hice lo que me gustaba?” o ¿Simplemente seguí mandatos sociales?, ¿Soy feliz con la vida que llevo?. Recuerdo que era marzo y veía el atardecer por el techo de mi casa y mil imágenes se me venían a la mente, esas fotos tomadas en la playa o en las sierras y ahora encerrada entre cuatro paredes y sin poder salir, viendo el sol entrar desde paredones altos;, me sentía encerrada, sin libertad, esa libertad que tenía y ni siquiera me ponía a pensar que la tenía por la rutina, por la monotonía, por el apuro de cada día.
En esos meses esa libertad que siempre tuve y que pasaba desapercibida ante mis ojos, ya no la tenía más. Ahora era todo negro y gris, muerte y enfermedad, encierro, negatividad, estábamos como un barco a la deriva sin saber a qué puerto íbamos a arribar. En esas noches largas y oscuras, y a su vez extrañas, se me cruzó por mi mente la siguiente frase:
“La vida no tiene camino de vuelta, a la vuelta sólo está la muerte”.

Durante los meses de encierro mi cabeza fue un laberinto de sensaciones y emociones, y cuando se flexibilizó la cuarentena y podíamos salir, empecé a caminar por un tipo de parque, con plantas, con árboles y senderos. Me conecté con la naturaleza, con mi niña interior, esa niña a la que todo le daba curiosidad, y quería saberlo todo, esa niña en donde todo lo que la rodeaba eran colores, alegría, sin responsabilidades, sin presiones, en donde la vida era un juego y yo quería seguir jugando.
En ese momento, había cambiado mi celular (con el que saqué varias fotos y filmé videos) por uno más “moderno” con más memoria. Un día caminando por ese parque vi al sol escondiéndose, saqué mi celular y le tomé una foto, a partir de ese instante durante los años 2020 y 2021 en plena pandemia que se diluía con el tiempo, siempre tomaba distintas fotos: a los árboles, al sol escondiéndose entre ellos, a los pastos crecidos, a la luna, a los pájaros y hasta a un molino de viento y un sauce llorón. Ninguna foto del mismo paisaje o del mismo objeto o árbol era igual a la otra, pensé que era porque la sacaba a distintas horas del día y en distintas estaciones. Hasta el día de hoy sigo sacando fotos y filmando con mi celular o con mi cámara digital fotográfica HD. Ninguna de las fotografías que saqué y que saco, se parecen a las que sacaba cuando tenía 11 años ni a las que sacaba en el año 2008 cuando era una joven de 21 años cuando estudiaba para ser profesora de historia.
Recuerdo que en el profesorado, un profesor al finalizar la clase nos preguntaba: “¿Somos los mismos que cuando entramos hace dos horas? Y todos respondíamos a coro: “Sí”, y el profesor nos decía: “No”, no porque en estas dos horas pueden pasar muchas cosas: a alguien le llegó un mensaje de texto de una noticia, otro pensó algo y ya no se puede concentrar de nuevo en la clase, alguno se empezó a sentir mal y tantas otras cosas que puedan suceder”.
Ahora con 37 años y escribiendo éstas líneas, entiendo por qué las fotos nunca son iguales, porque yo no soy la misma… Y el ojo de la cámara es el reflejo de mí, de cómo veo la vida a través de los años, y cómo veo todo lo que tiene vida o a lo que yo le doy vida…

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